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Carlos A. Loprete Ensayos Cortos

CARTA NUNCUPATORIA AL SEÑOR PRESIDENTE

CARTA NUNCUPATORIA AL SEÑOR PRESIDENTE

Excelentísimo y dignísimo Señor Presidente:

 

     Osada parecería mi determinación de escribirle esta carta, Excelentísimo Señor, en mi condición de humilde integrante de su aclamado Partido y  ferviente admirador de su excelsa personalidad, si no me permitiera explicarle que lo hago por la contributiva voluntad de dedicarle el modesto homenaje de mi libro intitulado  De la mano con los gloriosos.

      Abroquelado en el escudo de mi modestia, Excelentísimo Señor, jamás habría pasado por mi mente la temeraria idea de dedicar este ínfimo fruto de mi inspiración al más preclaro, ilustre y  magnánimo de los prohombres de nuestra historia, si no hubiera mediado la insistencia de algunos de los admiradores de su Magnífica Excelencia, con quienes comparto mi permanente reverencia de considerarlo un legítimo fundador de la Patria.

     Sería injusto no mencionar que otro motivo patriótico se ha sumado al anterior, como lo es el de enfrentar por este medio a los irrespetuosos autores de libelos y páginas clandestinas contra nuestro Partido y sus dignísimos miembros, abusando de la libertad de expresión que nuestra Constitución otorga y Su Excelencia garantiza contra todo viento y marea, incluso al gravoso precio de la difamación y la injuria vergonzosa, sin consideración ni respeto alguno por el mayor y más honorable ciudadano del país, incluidos los integrantes de su decorosa familia, su digna señora esposa, nuestra estrella y guía, y sus brillantes hijos e hijas, todos ellos no menos merecedores de nuestro encomio y alabanza por su sacrificada misión de apoyarlo,  sin amilanarse por los improperios despectivos y las diabólicas maldiciones, que nuestra sacra religión repudia y  castiga. Caiga sobre estos réprobos el condigno castigo divino y las llamas del infierno los acojan en su momento como manifestación de la gran justicia escatológica o sea de ultratumba.

     No he de ser precisamente yo quien se preste con su inacción a la propagación de infamias contra la sublimidad de su excelsa persona, dispuesto como estoy y he estado siempre a entregar hasta mi propia salud y la de mis seres amados a la causa más justa que se ha presentado en el horizonte de nuestra patria. No me cabe duda de que con el nombre solo de nuestro esclarecido Señor Presidente estampado en el prefacio del volumen, nadie osará presentarme batalla por la insuficiencia de su valor cívico en las luchas populares y la ineficacia de su tradicional y nefasto hábito de batallar con las lenguas y no con los pechos, o como se dice desde tiempos inmemoriales, tirar la piedra y esconder la mano. ¿Quién se animará a atropellar mi honor si me cubre el arco iris de su esplendente figura?

     Mi entusiasmo por ver publicada mi primera obra bajo el patrocinio de su Eminencia no alcanza a confundir mi ánimo y  pensar que nuestro Primer Magistrado disponga del tiempo libre necesario para leer en detalle las doscientas cincuenta páginas impresas que componen el libro que ahora saco a luz, pretensión altamente esperanzada de mi espíritu y el de cualquier otro artista de este país, sobre todo cuando dicho gobernante no se permite ni siquiera el merecido reposo compensador de sus agotadoras jornadas de trabajo en el ejercicio de la noble misión de engrandecer a la Patria.

      Por esta razón es que me permito encarecer esta inefable distinción de Su Excelencia, no como una pretensión egoísta de este ínfimo ciudadano, el último quizás en merecimientos entre los millones que pueblan este maravilloso país, sino como una gracia estelar proveniente de los inescrutables cielos superiores.

     Ojalá mis dioses me hubieran otorgado la portentosa ciencia y grave erudición que trasuntan los discursos de Su Señoría, tanto los que versan sobre economía como los que se refieren a la justicia social,  con los cuales no osaría cotejar mis pobres lucubraciones líricas. Para reverenciar la gloria del señor Presidente,  he compuesto una paráfrasis del  numen esclarecedor de todo artista, don Miguel  de Cervantes Saavedra, y que en mi versión nacional reza: “¡Dichosa edad nuestra y dichoso nuestro país, de donde han surgido a luz las famosas hazañas de nuestro gran Presidente, dignas de fundirse en bronce, esculpirse en mármol, pintarse en cuadros y carteles  y difundirse por todo el orbe, para memoria del futuro!”    

     Su imponente estampa de vencedor en cuantas lides políticas y sociales han acaecido en nuestra tierra es respetada en todo el orbe, con gran envidia de los microscópicos adversarios que dándose cuenta de la bajeza de su pensamiento, encauzan  su resentimiento en susurrados y viles improperios. ¿Quién podría dudar que al amparo de tan insuperable triunfador, justamente amado y obedecido por su pueblo, el volumen de un leal servidor como lo soy, fuera otra cosa que una ratificación de los ideales de un devoto acólito?                                                                                                                                                                                                                                                

     Impertinente y fatigosa sería esta carta dedicatoria si me alargara más en otros detalles, por lo que me allano a las ventajas de la brevedad.

      Ruego y encarezco al Excelentísimo Señor Presidente se sirva aceptar con su reconocida benignidad esta epístola nuncupatoria al modo de los más ilustrados reyes y monarcas de los tiempos pasados, que no han desestimado su amparo a obras como la que presento en su honor y a favor del adoctrinamiento de su nuestro pueblo, y me estimule a tomar la pluma para otras empresas posteriores, sin desmedro de cualquier otra comisión que Su Excelencia  estime conveniente otorgarme, sea en nuestro bienamado país como la Academia de la Lengua o en cualquier otro remoto y nostálgico destino, como la UNESCO en París, sin importar la jerarquía o dignidad de la posición asignada, desde la más difícil y encumbrada hasta la más anónima y humilde, en las cuales pondría a su total disposición  mi inquebrantable e incondicional admiración por el Supremo Conductor que la providencia nos ha enviado para gloria de la nación en este siglo y los venideros.

      Incompleta quedaría esta epístola de amor y buena voluntad, que tributo a sus pies,  si no incluyera en ella mis infinitos votos de prosperidad, salud y felicidad para su digna y honorable familia , que la bendición de los cielos nos ha permitido incorporar a nuestra historia con equivalentes virtudes y patriotismo.

      Su afectísimo, incólume y devoto servidor,

                                                                                                              X.Y.Z.

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