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Carlos A. Loprete Ensayos Cortos

DILEMA PARA SUICIDAS

DILEMA PARA SUICIDAS

 

 

      El reo esperaba encerrado en un calabozo la sentencia del juez. Su delito había sido proclamar que el diablo hizo a los presidentes para que los ciudadanos se maten entre sí. Por consiguiente, era un subversivo, revolucionario y anarquista.

      El dictamen llegó sin demora. No era categórico como debiera serlo. El magistrado había fallado: o se suicida o lo matamos. Si se suicida,  lo perdonamos y nos sacamos la culpabilidad de encima. Si no se suicida, nosotros cumplimos la ley, lo ejecutamos  y por tanto no somos asesinos.

     El juez hizo traer al imputado a su despacho estrado y le comunicó la sentencia:

     - Usted decide en ejercicio de su libertad –le explicó con helada impasibilidad.

     En la soledad de su calabozo, el condenado razonó que si se suicidaba privaba a sus opresores del placer de eliminarlo. Si no lo hacía y admitía que lo ejecutaran, ellos serían los responsables y cargarían sobre sus conciencias el crimen por el resto de sus vidas.

       El capellán lo asistió con su consuelo religioso y le dijo que el suicidio es también una forma de matar y él no tenía atribución para decidirlo. Sólo podía absolverlo de sus pecados en la tierra y encomendarlo al Señor, pero no resolver los asuntos del más allá. Cada cual es responsable de su vida delante de Dios, quien se la ha dado para que la administre en su nombre. Somos sus administradores no sus propietarios. 

         - ¿Entonces sólo me queda la desesperación?

         -No podría decírtelo. Esa responsabilidad puede disminuirse en casos de trastornos psíquicos graves, de sufrimientos o tortura insoportables, de angustia incontrolable o de miedo avasallador. Eso dice la doctrina.  ¿Puedo saber cuál es tu caso?

         - ¿Y cómo podría saberlo si el miedo que tengo en estos momentos no me deja pensar? ¿Tendría que tener más o menos del que tengo ahora?

          - No podría decírtelo porque no estoy dentro de tu alma. Únicamente Dios lo sabe.

         - Una última pregunta, padre, por favor. ¿Dios mide las obras humanas con el  mismo metro que usamos nosotros?

         - Seguramente que no. Emplea también la misericordia. Debes pedirla y esperar.

         Acabadas estas palabras, el guardia, atónito por lo que había escuchado,  reflexionó:

          - Si entramos en este mundo por la voluntad divina, no podemos retirarnos por la propia.

         Religioso y guardián de retiraron del calabozo sin hacer comentarios entre sí. No habían  transpuesto aún la puerta que conducía al pasillo de la muerte, cuando un disparo se dejó oír en el ambiente. Detuvieron el paso sin volver la cabeza hacia atrás, se miraron en silencio, y se alejaron.

       - Le queda una última posibilidad –dijo el sacerdote-; que en los instantes entre el disparo y la muerte se haya arrepentido y pedido la misericordia.

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