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Carlos A. Loprete Ensayos Cortos

CARTA ABIERTA AL MUNDO

CARTA ABIERTA AL MUNDO

     No me recrimine por anticipado el lector suponiendo que trato de escribir una carta válida para los 6.000 millones de personas que componen este mundo. Semejante intención le haría pensar que estoy inmerso en un desequilibrio mental, cosa que es errónea. Ésta es una carta abierta para aquellos de los 6.000 millones que deseen leerla y nada más, como una carta abierta a los argentinos estaría disponible para aquellos de los 40 millones de argentinos existentes en la actualidad que desearan leerla.  

     Algunas personas habrán intentado saber en algún momento cuántas verdades científicas son necesarias para vivir. Espero no defraudarlas si les digo que ninguna, como ha sucedido ya con los hombres prehistóricos. Vivir se vive siempre después de nacido, con razones o sin ellas, hasta el instante de morirse. Y no solamente eso, sino que todavía en nuestros tiempos caminan por este planeta individuos que beben el agua en el cuenco de sus manos, no conocen la cuchara y queman alimentos en la tierra para que sus dioses no se mueran de hambre. En tales condiciones, no conocen la escritura y mucho meros los diccionarios.

    No ha pedido el Creador nuestro consentimiento para instalarnos en el planeta, o sea que estamos aquí por voluntad ajena. ¿Dónde estábamos, pues, antes? ¿Estábamos ya hechos a la espera del turno para venir o nos iban creando a medida que nos enviaban? ¿Por qué razón nacimos en un país y no en otro? Yo podría haber sido francés, indochino o de cualquier otra nacionalidad, pero resulta que soy de la que me eligieron.

     Una vez en este planeta comenzamos a llorar cuando necesitábamos alimentarnos o cuando nos dolía alguna parte de cuerpo, sin tener conciencia de nada de esto. Un día nos dimos cuenta de que éramos una cosa distinta de las demás personas y objetos, iniciando así nuestra vida independiente. En la edad adulta, cuando rememoramos esos días infantiles, nos llama la atención las cosas que hacía ese niño que éramos y hasta lo vemos como un extraño a nosotros. Pero ese niño que fuimos es el mismo adulto que hoy somos, y lo sabemos sin necesidad de consultarlo a un psicólogo.  Pensamos lo mal que estuvimos cuando le pegamos a nuestra compañerita o nos negamos a cantar en el aula de música. Hoy no lo haríamos. ¿Qué pasará entonces con esas travesuras que cometimos? ¿Tendremos que pagarlas alguna vez?  Y en esa alternativa, ¿cómo la pagaríamos? ¿Con fuego, con azufre, con pinchazos de  horquillas, en una olla de agua hirviente, enterrados con medio cuerpo como los árboles? Un religioso con olor a santidad sostiene que el Infierno existe y no está vacío.

     Pero también podría ser que fuéramos premiados. ¿Con qué o en qué? ¿Con un jardín de flores, con una resurrección en este mundo, con una disolución en el dios mismo o nirvana? Un católico confiaría en que sería con un mundo jamás visto por ojo humano alguno: “Lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni se le antojó al corazón del hombre, eso preparó Dios para los que le aman” (San Pablo, en 1 Corintios 2, 9). Esta promesa parece ser más razonable, puesto que la inteligencia del ser humano de ninguna manera puede ser comparable a la de Dios.

     A continuación viene el asunto del día y hora en que ocurrirá mi tránsito a ese mundo que no podemos imaginar. Tampoco puede saberlo ningún hombre, porque las predicciones, vaticinios y conjeturas no son creíbles. El futuro no puede conocerse precisamente porque no ha sucedido todavía. Y aun en el hipotético caso de que pudiera conocerse, ¿quiénes se animarían a querer conocerlo? ¿Cómo se podría vivir esperando ese momento? ¿Qué haríamos sabiendo que faltan dos días, o media hora o un segundo? Probablemente haríamos algo distinto de lo que estamos haciendo. ¿Cómo será nuestra muerte? ¿Me asesinarán, me caerá una teja en la cabeza, me envenenarán con una comida, me suicidaré de miedo?

     Entramos ahora en el más controvertido tema de nuestra existencia: qué hacer entre uno y otro extremo de la vida terrestre. Puede resumirse en una nueva pregunta de la filosofía: ¿qué hago mientras tanto en ese mundo? Las propuestas que nos llegan desde afuera de nosotros son múltiples, pero creo que la más repetida de las respuestas sería “quiero ser feliz”, vale decir, no tener dolores, no tener hambre ni sed, estar contento con lo que se tiene y con lo que se hace, ser libre para optar por lo que deseo, no soportar tiranía política, disponer a mi gusto de mi tiempo, estar alegre, no presenciar actos crueles u horrorosos y así un sinfín de apetencias.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                           

     Para los antiguos filósofos griegos la felicidad era el fin último y supremo bien del hombre, lo que constituía su verdadero sentido de la vida. Se la llamaba eudaimonía, es decir, la felicidad, la prosperidad, la riqueza, la abundancia de bienes. El daímon era para los griegos un especie de fantasma, espíritu o genio que acompañaba al hombre. Todos los hombres tienden a la felicidad, pero no todos están de acuerdo en cuanto a decir qué es ni cómo puede lograrse. No hay una felicidad única como tampoco hay un amor solamente. Cada cual debe forjar la clase de felicidad personal que desea.

     La felicidad puede consistir en el goce de un cuerpo sano, en la posesión de bienes materiales, en la acumulación de conocimientos, en extasiarse con experiencias religiosas, en llevar una vida virtuosa, en el ejercicio de la docencia, en poder dedicarse al arte o a una vocación y así en una inagotable serie de preferencias. Para el filósofo Kant la felicidad consiste en “estar contento con la propia existencia.” Hasta podría  suceder paradójicamente que un hombre se sienta feliz en poder hacer el mal, como sucede con el enemigo maligno.  

     Todo esto en el mundo natural, porque si se trasciende de este mundo histórico a otro mundo sobrenatural se da entrada a otro concepto de la felicidad, consistente en la visión beatífica de Dios.

     Todo, en definitiva, se reduce a llenar el tiempo que corre desde el nacimiento hasta la muerte. Es un derecho natural del ser humano decidir qué hacer en ese tiempo, vale decir, es un derecho suyo propio y no concedido como favor por otra persona. Puede hacer lo que le plazca, a condición de no dañar a nadie ni estorbarlo en el ejercicio de su derecho.  ¿Le gusta jugar al ajedrez? Juéguelo sin pedir autorización, pero no arroje las piezas a la cabeza de su adversario. ¿Prefiere dedicarse a la cría de leones? Dedíquese, pero cerciórese de que no muerdan a su vecino. 

 

Carlos A. Loprete: falleció el 04 de Diciembre del 2010

TÉ CHINO

TÉ CHINO

Hay muchas cosas que las personas no saben y debieran saberlas, como ser las ventajas que tiene el té chino sobre los demás del mundo. Al menos eso se dice aunque nadie haya podido demostrarlo, y mucho menos yo, que no acabo nunca de contar las cosas que no sé. Pero no me preocupa en lo más mínimo esta deficiencia porque otros más deficientes que yo –deficientes totales- viven cómodos en su ignorancia porque ni siquiera saben que son ignorantes.       

     A mí tampoco me importó nunca el tema del té, pero por hacerle un favor a un amigo consagré unos días de los pocos que tengo disponibles para vivir, a la investigación de esa planta y su correspondiente infusión. Lo escribí y se lo entregué, hasta que me vino en mente la idea de difundirlo para que se informen otras personas.

     Para principiar, debo decir que la historia del té comienza hace unos 2.500 años, sin lugar preciso de nacimiento, pues bien podría haber sido China continental, Taiwán, Nepal, Kenia o Japón. Lo cierto es que el té chino es el más famoso en nuestros tiempos, haya nacido o no en algunos de esos países. Con él ha sucedido algo similar a la piedra china, que la opinión pública cree que sirve para raspar los callos mejor que cualquier otra piedra del mundo. Se considera que el té es una bebida estimulante o alimentaria, preferida en Oriente al café, y en su historia ha pasado al Occidente. Pero esta peregrinación terráquea ha provocado interesantes fenómenos históricos. Me atrevería a afirmar que los dos sucesos más curiosos ocurrieron en Japón e Inglaterra.

     El té fue a lo largo de los siglos –y sigue siéndolo-, té blanco, té negro, té rojo, té verde, según sea el proceso de preparación. Explicaré a continuación dos de los fenómenos culturales más típicos de esta infusión, uno oriental y otro occidental, para no despertar sospechas sobre mi imparcialidad.

     El oriental es la ceremonia del té en Japón. Dicha ceremonia únicamente puede ser aprovechada si el concurrente tiene conocimientos previos de kimonos, caligrafía, arreglos florales, cerámica e incienso, porque de no ser así, no le aprovechará la concurrencia. Si no lo invitan particularmente los administradores de los locales, las bellas japonesitas que lo practican se limitarán a cumplir con las funciones asignadas. El ritual dura cuatro horas y en ella le sirven té verde en vasitos de porcelana. El concurrente debe saber apreciar la armonía de los kimonos, el diferente sabor de la infusión en un recipiente de porcelana, el aroma espiritualizador del incienso quemado, la belleza de los arreglos de la sala y el efecto estético de la caligrafía pintada en muros y demás sitios. Si no está capacitado para apreciar estos matices, el equipo de actuantes lo considerará un turista intruso, lo dejará sin su fajo de dólares y lo dejará librado a su ignorancia.

     La ceremonia más famosa del té en Occidente es la inglesa, conocida como five o’clock tea, que no se realiza a las cinco de la tarde sino a las cuatro, vaya uno a saber porqué. Las damas anfitrionas preparan té en hojas o hebras, arrojadas en agua al primer hervor y lo sirven en vasos de porcelana evitando todo contacto con metales para no contaminar la infusión. Una vez servido puede valerse el huésped de la cucharita, poniendo sumo cuidado en no chuparla, signo demostrativo de muy baja condición cultural penada con la expulsión de la comunidad culta. ¿Si imagina el lector viviendo en Inglaterra, Escocia o Irlanda con la fama de chupador de cucharitas? 

   El tránsito más conocido del té de Oriente a Occidente ocurrió en Boston, Estados Unidos. El suceso se conoce como “el motín del té”, en el cual los habitantes de la colonia inglesa arrojaron los fardos de esa planta, como rebelión ante los impuestos excesivos que la madre patria exigía de sus súbditos coloniales. En represalia por la extorsión de la madre patria, los estadounidenses adoptaron la desviación inventada  por  Thomas Lipton, consistente en el té en bolsitas. Para sacudir todo vestigio de imperalismo, los estadounidenses inventaron más tarde, los saborizantes (con gusto a la fruta apetecida), los gasificantes, los colorantes (todos los del arco iris), el té frío, con hielo o sin él, y el té con alcohol, vodka, ginebra, colas, hojas de coca, fernet, etcétera.

     En Europa occidental los italianos se definieron por el café,  caffé, en sus múltiples versiones y hasta ahora tiene sus propios enclaves de venta en todo el mundo.  

     En Latinoamérica el té no ha tenido gran suerte que digamos. No ha logrado desplazar al mate en bombilla, que continúa con su privilegio de bebida estimulante, y cuenta con el apoyo del termo, que permite transportarlo de un lugar a otro.                       

     La competencia entre el té, el café y el mate continúa en nuestros días. No se sabe cuál producto ganará la preferencia, aunque no es desorbitado pensar que pudiera ser una mezcla de los tres con algún otro agregado.  

    

LO QUE EL OJO HUMANO NUNCA VIO

LO QUE EL OJO HUMANO NUNCA VIO


¿Cómo se imagina usted que es el Paraíso?
Hay varias posibilidades de interpretarlo según lo registra la historia. Con anterioridad a los griegos, se lo relacionaba con la palabra persa “jardín”, puesto que esto era precisamente en esos tiempos, un lugar en la tierra, el Edén, donde el Creador había instalado al primer hombre y la primera. No se conoce hasta ahora el lugar preciso donde estuvo ese jardín terrenal. De allí los expulsó Señor por haber desobedecido su orden de no comer fruta del árbol de la ciencia del bien y del mal. Esta imagen es una mera forma literaria (antropomórfica) reducida en alguna versiones populares a la figura de una manzana, para significar que el hombre debe reconocer y aceptar su condición de criatura creada y no salirse de ella pretendiendo poderes que son únicamente de Dios. Muchos artistas han pintado cuadros coloridos de ese lugar, conforme a su propia imaginación. La figura de la serpiente seductora es también una imagen tradicional, sin que por ello se pretenda significar que el Diablo tiene precisamente la forma de ese animal.
Pero este vocablo Paraíso, además de este primer significado de jardín terrenal tiene un segundo, no referido a este planeta sino a otro superior, donde residen las almas de los bienaventurados que verán a Dios después de esta vida. ¿Y cómo será ese otro Paraíso?
Nadie lo sabe, pero los cristianos tienen en sus libros algunas pistas reveladoras. Santa Teresa de Jesús (1515-1582), en el Libro de su vida (cap. XXVIII), asegura haber tenido varias visiones sucesivas:
“Estando un día en oración, quiso el Señor mostrarme solas las manos, con tan grandísima hermosura, que no lo podría yo encarecer. Hízome gran temor, porque cualquier novedad me la hace grande en los principios de cualquier merced sobrenatural que el Señor me haga. Desde a pocos días vi también aquel divino rostro, que del todo me parece me dejó absorta. No podía yo entender porqué el Señor se mostraba así, poco a poco, pues después me había de hacer merced de que yo lo viese del todo, hasta después que he entendido que me iba Su Majestad llevando conforme a mi flaqueza natural.
Los teólogos entendidos sostienen que estas apariciones a la madre Santa Teresa fueron de naturaleza imaginativa, consistentes en ciertas representaciones que se dan en la fantasía de algunas personas sin que sean una auténtica visión directa de Dios. En las iglesias protestantes se han registrado también numerosos casos semejantes, según puede comprobarse leyendo Las variedades de la experiencia religiosa, del filósofo estadounidense William James.
“En el mismo momento en que sentí la llamada del Padre, mi corazón saltó al reconocerlo; corrí, abriendo los brazos y grité: “¡Aquí estoy, Padre,mío!...¿qué debo hacer…?”, confiesa un creyente. William James sostiene que “son muy escasos los creyentes cristianos a quienes se les ha concedido tener una visión sensitiva de su salvador…”
Podemos haber leído o imaginado un mundo sin dolor ni enfermedad, donde las plantas no se marchitaran nunca y el león acariciara al cordero, donde todas las ansias de conocimiento estuvieran satisfechas, un mundo sin tristezas ni temores, pero ese Paraíso no se parecerá en nada a lo que hemos visto, pensado o imaginado. La promesa de Dios está explícitamente anunciada en por San Pablo en 1 Corintios 2, 9:
“Lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni se le antojó al corazón del hombre, eso preparó Dios para los que le aman,”

LAS PENURIAS DE UN DIBUJANTE

LAS PENURIAS DE UN DIBUJANTE

 

     El editor conocía a fondo su oficio, es decir no lo conocía, y mucho menos el del  dibujo. Los diccionarios intentan dar una explicación visual de los términos, y son muy efectivos para clarificar ciertos vocablos y frases,  como cuando se escribe “planta espinosa de los desiertos”. Si no se acompaña la definición con una ilustración de la planta es probable que más de un turista o viajero muera envenenado al pincharse. Pero si es  fácil y necesario ilustrar un serrucho, una rosa o un zueco holandés, la tarea se vuelve imposible cuando se llega a palabras como “infinito”. Afortunadamente no existen muchas palabras como éstas y los artistas siguen viviendo.

     El problema se agrava cuando aparecen los sinónimos o sea las palabras de significado igual o parecido. Claro es que la palabra donjuán señala al “seductor de mujeres”.Nuestro dibujante dibujará entonces  al personaje don Juan Tenorio del poeta español José Zorrilla del siglo XIX, con capa, espada y la estatua de piedra de una de sus víctimas.

     El problema se complica al tener que ilustrar al sinónimo picaflor. El picaflor no tiene época ni vestimenta fija y al ilustrador no le sirve la imagen anterior. Le agrega  un pájaro picaflor picándole la cabeza, y se acabó el problema. Al pasar al siguiente sinónimo, mariposón, le pone alas de mariposa como si fuera un angelito cristiano. Le toca el turno ahora al argentinismo compadrito y el artista modifica la imagen apoyándola en un farol de esquina, con una chaqueta de vivos blancos, un pantalón ajustado de fantasía, un sombrero con alas y un cuchillo cruzado en su cintura.

     El ilustrador se llena de gozo, ha descubierto que los sinónimos también pueden dibujarse. Mas esta alegría se trasmuta en calvario cuando se topa con otros términos, las palabras  todo y nada?   Para la primera no hay espacio en ningún diccionario y no se dibuja. La segunda, nada, no tiene ilustración posible.

     Conclusión, no hay diccionario gráfico total posible.

SOSPECHOSO DE INTELIGENCIA

SOSPECHOSO DE INTELIGENCIA

 

 

     Sería justicia o injusticia, pero la cosa sucedió. Lo apedrearon y embadurnaron a escupitajos una mañana al salir de su domicilio. Ni bien abrió la puerta y apareció, se oyó una voz estentórea de entre el grupo de curiosos y periodistas habituales, que le recriminaron: “¡Traidor! ¡Mentiroso! ¡Te llegó por fin la hora! ¡Basta de mentiras!” A continuación llegaron las piedras escurridizas abriéndose paso por entre los intersticios de los presentes, y por último los escupitajos asquerosos de los individuos más cercanos, sin que la mayor parte de los presentes atinara a comprender las razones de esta crueldad. ¿Qué habría hecho ese personaje para merecer tan infamante tratamiento?

     Los observadores se miraban unos a otros buscando en los rostros algún indicio explicativo y en ninguno se podía percibir una respuesta. En el barullo del vocerío se alcanzaban a distinguir de vez en cuando algunas palabras:

     - ¿Qué ha hecho este tipo para que lo traten así?

     - No sé nada, yo acabo de llegar.

     Otro alegaba lo más ufano:  

     - Algo habrá hecho para que lo traten así. Cuando el río suena, agua trae.

     - Sin embargo, yo vivo en la casa de al lado y nunca vi al pobre en algo indebido. De mañana saca a pasear a su perro, toma un café en el quiosco de la esquina y lee el diario. Después se retira a su departamento y través de la ventana se lo ve leer el resto del día. ¿Qué tiene de malo eso?

     A continuación varios policías con pecheras anaranjadas entraron en escena,  interpusieron sus cuerpos para evitar el choque y calmar a los atacantes. Un transeúnte de edad avanzada se aproximó al portero del edificio:

     - ¿Contra quién protestan estas personas?

     - Contra el doctor Bonavista, del cuarto piso.

     - ¿Lo acusan de algo? Por leer no se puede agredir a nadie. A ver si de pronto me escrachan a mí porque hago traducciones al inglés.

     El portero se escudó detrás del silencio y giró su cabeza hacia un costado.

     Un individuo apostado con cuatro o cinco personas en un extremo del gentío, explicaba a sus compañeros:

     - Es un sospechoso de inteligencia y por lo tanto un enemigo del gobierno. Los inteligentes trabajan de mosquitas muertas y se creen que porque han leído merecen gobernar el país. Pero para impedirlo estamos nosotros.

¿QUÉ FALTA POR SUCEDER?

¿QUÉ FALTA POR SUCEDER?

     Millones y millones de personas de los cinco continentes se formulan esta pregunta sin encontrarle respuesta, y es natural que así sea, porque este asunto del futuro ha sido, es y seguirá siendo uno de los misterios inaccesibles a la mentalidad humana.  Esto por una sencilla razón: si una cosa no ha sucedido todavía no es posible saber ahora cómo habrá de ser por la multiplicidad de sucesos que podrían suceder.

     Cualquier afirmación que se haga es una mera conjetura, una suposición sin sostén alguno en la realidad, y como tal, no sabemos si es cierta o no. Para ser cierta una cosa el pensamiento debe coincidir con la realidad, pero como la realidad del mañana no ha sucedido todavía, no hay comparación posible. El filósofo Aristóteles advirtió hace 2.400 años esta imposibilidad. Su demostración es famosa: no puede saberse si mañana habrá o no una batalla naval, puesto que las condiciones para que suceda tendrían que conocerse de antemano hoy, y esto es imposible porque no han ocurrido todavía y no hay entonces correspondencia entre presente y futuro. Más todavía: si existieran y el hombre las conociera, esto significaría que no hay libertad en este mundo puesto que las cosas le sucederían al ser humano sin su intervención. Le sucederían las cosas y no sería él quien las ejecutara con libertad.  

     Sin embargo, el hombre sabe que ciertas cosas del futuro pueden ser cumplidas por él  libremente, como por ejemplo, cortar una capa en dos mitades o en cualquier número de partes, aunque también sabe que no podría hacerlo si se presentara un hecho inesperado (o contingente, como se dice en lenguaje filosófico), el robo de la capa, digamos.

     Dentro de los contingentes (que podrían ocurrir o no), la posibilidad es prácticamente ilimitada e incognoscible. Pueden darse fenómenos de la naturaleza (lluvias, sequías, tormentas), limitaciones del cuerpo humano (saltar y quedarse suspendido en el aire, enfermedades, deformidades orgánicas), acciones de terceras personas (por ejemplo, amenazas), principios morales personales o provenientes de fuentes externas (religión, profesión, medicina, cultura local), que se oponen a ciertos actos como dañar, herir, injuriar, robar, etc.

    En cualquiera de estas posiciones, todas dan por supuesto que hay un futuro que está por cumplirse. La pregunta consiguiente es entonces: ¿y qué es lo que falta por suceder todavía en la vida de este planeta?

    Como hay un impedimento comprobado para poder predecir el futuro, al ser humano no le quedan otras alternativas que resignarse a no poder conocerlo y esperar a que suceda, o intentar otras soluciones sustitutivas .

    Desde mediados del siglo pasado han surgido individuos y grupos seguidores de la decisión de hacer cualquier cosa: “Haz lo que quieras” (Do what thou wilt). Hacer lo que a cada uno se le ocurra implica aceptar que no hay un futuro único sino que puede suceder el escogido por una determinada persona o por otra, o incluso uno no pensado por nadie. Por consiguiente, el futuro es incognoscible, y ahí concluye el tema. 

     El sólo hecho de que haya incontables interpretaciones del futuro está indicando que no se lo conoce, por lo que tales teorías no valen como afirmaciones y son meras conjeturas. Una conjetura es, conforme lo indica la ciencia del lenguaje, una suposición arrojada junto a otras, sin que se sepa si es verdadera o falsa. Se la arroja al lado de otra (cum + iectum), sin la pretensión de que sea la verdad, para tratar de ver si en el conjunto, es cierta o no.

     Conjeturas incumplidas las hubo siempre en la historia. Vistas hoy en día a la luz de los sucesos efectivamente ocurridos en la historia real, se constata la banalidad y superfluidad de ellas, puesto que los futuros conjeturados no se produjeron, y a lo sumo,  las conjeturas se transformaron en una práctica de adivinación.               

     Entonces, si las generaciones pasadas sobrevivieron sin necesidad de conocer el futuro, ¿por qué no podríamos vivir nosotros los contemporáneos sin conocerlo? Y además, ¿está usted seguro de que quiere conocer su porvenir?  Piénselo. Vea cómo podría vivir si supiera el día, la hora y la causa de su muerte;  los cataclismos naturales que tendrá que sobrepasar; las injusticias e iniquidades que le sobrevendrán; las guerras y revoluciones venideras, las pestes, las masacres y tantas otras cosas venideras.

      Y finalmente, ¿qué salida tendría si dentro de ese conocimiento estuviera incluida la  idea de que el futuro es incognoscible?

 

LA MIRADA Y LA PALABRA

mirada 

     Los ojos son la única parte del cuerpo humano que no miente. Están directamente conectados con el espíritu interior y lo reflejan sin engaño. Basta que un enamorado mire a los ojos de quien tiene delante para saber si ella le corresponde, sin necesidad de ir a preguntárselo a nadie. A ella le sucede lo mismo: cuando mira a su interlocutor, sabe de inmediato si él está enamorado o no de ella. El beso se convierte entonces en un pacto silencioso, sin permiso previo, porque el acuerdo ha sido establecido a través de las pupilas. No hay riesgo de la bofetada clásica. Y esto sucede porque los músculos  que gobiernan a las pupilas, son ajenos a nuestra voluntad. Dos personas en estas condiciones, podrían unirse en matrimonio si haber intercambiado palabra alguna. ¿Para qué entonces la palabra si todo está dicho ya?”

          La sonrisa es la segunda forma de penetrar en el alma ajena, pero con una diferencia: no se puede fingir, pero se puede congelar. Los anatomistas han descubierto que en la sonrisa intervienen veintiún músculos en total sobre los cuales el ser humano no tiene dominio. Únicamente puede inmovilizarlos. A tales individuos nuestras abuelas los denominaban “caras de piedras” o “caras duras”. Sin tener que recurrir a ningún experto cada persona distingue al

     Alguien ha dejado dicho por ahí que cuando escucha a un orador no sabe si le miente, pero cuando lo mira sí. En efecto, la mirada ajena nos descubre de la misma manera que nosotros descubrimos a nuestro interlocutor. La clave está en las pupilas, que se agrandan sin nuestro consentimiento cuando algo nos agrada o nos sorprende, y se achican cuando nos desagrada o nos mienten. Mirar a nuestro personaje con atención

nos brinda la posibilidad de saber dónde está nuestra felicidad y dónde no.

      La mirada establece una relación de verdad que viene directamente desde adentro del hombre, y que una vez establecida no tiene marcha atrás. Él está seguro de que ella lo quiere y ella también. Ambos perciben el mensaje implícito en sus miradas. Podrán acatarlos o no, pero ya lo han expresado.

     Una mirada no es una ojeada. Ojear es un nada más que un movimiento físico de los ojos, un pasar la vista por encima de los objetos y las personas. A veces puede ser una  advertencia a alguien para anticiparle que deseamos mirarlo o morirla y la respuesta en las mujeres puede ser una caída de los párpados, un bajar la vista, una sonrisa u otro gesto galante. La técnica del galanteo se ha conformado sobre la base de estas observaciones.  

     La mirada revela mejor que las palabras nuestra intimidad y no se estudia ni aprende.

Si alguien desea conocer a otro o enviarle un mensaje de amor, no vaya en procura de ayuda a ninguna parte,  Mírelo a las pupilas. 

EL PREDERECHO HUMANO

EL PREDERECHO HUMANO

 

  

El derecho es la facultad que tiene el hombre para hacer legítimamente lo que necesita para vivir. Se llama entonces derecho humano al que tiene toda persona para vivir como persona., desenvolver su personalidad, disponer de los medios para conservarla y desarrollarla. Pero no existe derecho alguno sin su obligación correspondiente, es decir, sin limitaciones. Admitir un derecho sin su obligación correspondiente sería el caos o desorden de la humanidad. Cada sociedad humana ha establecido desde tiempos inmemoriales el conjunto de principios, preceptos y reglas a que están sometidas las personas que la constituyen, los cuales son diferentes entre sí, de tal manera, que no existe un derecho absoluto, único y definitivo válido para todo tiempo y lugar.

Pero además existen otros derechos particulares, como el derecho de las mujeres, el derecho de los niños, el de los grupos profesionales, que sin embargo no afectan a los derechos humanos en general. Un niño, por ejemplo, tiene además del derecho a vivir, los derechos a la manutención, a la educación, a la salud, a la libertad de elegir su futuro.

 

Dejo aparte de este artículo el irresuelto problema de a partir de cuando se es un ser humano. Las respuestas a esos temas se computan a partir de diversos momentos, según sea la escuela científica, biológica, filosófica o religiosa, pero lo cierto es que no hay una definición única sobre la cuestión, y no hay acuerdos sobre si se cuenta desde la fecundación, desde el embrión, desde que está formado el sistema nervioso, desde los cuatro meses o desde el nacimiento. Las respuestas a esos temas pertenecen más bien a la filosofía y la teología.

 

Un avance consistiría en establecer un “prederecho humano”, un protoderecho, esto es, el derecho a tener todos los derechos humanos, establecidos o por establecer, el derecho a ser una persona humana, antes de la misma fecundación, porque si uno tiene ese derecho, los demás derechos humanos no pueden ser negados ni amputados cualesquiera sean los derechos humanos generales o particulares que se reconocen hasta ahora. Todos los derechos, el humano, el político, el comercial, el laboral, el civil, el público, el privado, el internacional, etcétera, reconocidos o por reconocer, estarían comprendidos dentro de sus prescripciones.

 

Equivaldría a un “derecho a tener derechos”, un “derecho supremo”, un “derecho a ser”, en virtud del cual no podría existir la pena de muerte, la manipulación genética que ponga en riesgo la vida de un ser humano, la contaminación ambiental, las prácticas abortivas, la discusión entre muerte encefálica y muerte biológica, la eutanasia, la muerte asistida. Según este razonamiento, yo sería un sujeto con prederechos antes de llegar a ser una persona con derechos humanos o de cualquier otra clase.

 

Las distintas clases de derecho vigentes son sistemas jurídicos convencionales que se basan en acuerdos tomados por los hombres sobre algún aspecto de la vida, pero el “prederecho”, debería ser una afirmación anterior a todos ellos que garantizara la vida misma desde su origen primero hasta su extinción natural. Deberá ser un derecho ínsito a la condición humana, simplemente dado e insolayable, y no un derecho otorgado por una asamblea u organización, que no es la propietaria de ningún derecho. Por esta razón, ni siquiera la asamblea de las Naciones Unidas otorga derechos sino que su función se reduce a reconocerlos.

 

¿Y qué debiera decir este prederecho? Algo muy sencillo, como esto, por ejemplo: “Toda persona tiene el derecho supremo de nacer, y desarrollar libremente su propia personalidad hasta el momento mismo de su extinción natural.”