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Carlos A. Loprete Ensayos Cortos

PANCHITO EL PALABRERO

PANCHITO EL PALABRERO

 

   Créalo o no la gente, a Panchito lo he creado yo después de descubrir que  una cosa son las palabras y otras muy distintas las personas y los hechos. Me lo imagino vecino de Santiago de Cuba, aunque reconozco que puede encontrárselo en cualquier otro lugar de más de cincuenta mil almas, cantidad necesaria para que surja un ejemplar de sus características, a diferencia del tonto del pueblo para cuyo surgimiento bastan con diez mil.  Por simple curiosidad se me ocurrió buscarle un antecesor entre los chinos, Confucio en particular, pero  no lo encontré, no porque no hubiera mentirosos en ese imperio, sino porque el sabio oriental se especializó en filosofar únicamente acerca de los hombres buenos. Con esto, creo haberle dado a comprender al lector que el “palabrero” no es precisamente un ejemplar benéfico para la humanidad.

     Para conocimiento de mi tipo social, describiré algunas de sus características.  Lo llamo Panchito, en diminutivo, no porque deba ser necesariamente pequeño de cuerpo, sino porque cada vez que ofrece sus servicios se presenta tan cariñoso y afectuoso como un niño para cautivar a su cliente. Una vez que ha elegido a su presa como tigre depredador, espera pacientemente el momento oportuno para dar el salto mortal y atacar a su víctima.      

     Los varios Panchito he encontrado en mi experiencia coinciden en una cualidad, el hábil manejo de las palabras, pero difieren en las demás. Uno de ellos fabrica argumentos para los vendedores. Los vende a 5 dólares la palabra cuando el artículo se ofrece al consumidor hasta 50 dólares, y de allí para arriba, el argumento asciende hasta cien dólares. El gran éxito de este palabrero lo ha constituido el argumentario para vender un vibrador eléctrico que cura todas las dolencias, artritis, artrosis, reumatismos, gastralgias y gastritis, hepatitis, cervicalgias, lumbalgias, equimosis, isquemias cerebrales y cardíacas, trombosis coronarias, torceduras de muñecas y tobillos, digestiones lentas, ciática, psoriasis, en fin, un instrumento que sacude al paciente como una coctelera, le activa la circulación y lo devuelve sano a este mundo.

     Hasta ahora la virtud prodigiosa del aparato parecería estar justificada como el agua de la Fuente de la Eterna Juventud de los antiguos. Pero nuestro palabrero ha inventado un agregado lingüístico que ha hecho subir el precio hasta las nubes. Se trata de un bono que viene incluido en el precio y lo habilita para obtener a la vista un préstamo del Luxemburg Bank  de 20.000 dólares y una tasa del 8% anual, una tarjeta de crédito del South Africa Bank al 7 % anual para adquirir un automóvil deportivo Ferrari en Italia o  un departamento en la Isla de la Palmera en Dubai con un descuento de 15 %. Dicho de otra manera, lo protege con un paraguas antiinflacionario por un lapso de cinco años. ¡El paraíso de los descuentos! Mi amigo el millonario Abu ben Abun  ha adquirido el aparato vibrador. No sé si se ha curado de su ciática, pero en cambio, otro amigo mío, el soplador botellero, Lins do Buzios, se ha quedado con las ganas, porque para adquirir cualquiera de esas preciosuras globalizadas, tendría que soplar tanto aire como para mover todas las nubes de Sudamérica durante dos años.  

     Pero Panchito el Palabrero por algo es palabrero. Sus habilidades fueron apreciadas por varios gobiernos que reclamaron prontamente sus servicios. El de una  provincia norteña  le ofreció de inmediato un contrato secreto, a cualquier precio que fuera, por una serie de textos para los próximos comicios. Usó textos extraídos por Internet de numerosas fuentes, los cortó, copió y pegó, como lo indica la computadora, y se los entregó al mandante. Su principio básico para seleccionar el robo se basó en la frase  “Decidnos cosas agradables y escucharemos”, atribuido a los israelitas por Pascal, y que Panchito modificó en “Diga a sus electores lo que ellos quieren escuchar”. Algunos ejemplos darán una idea del talento usurpador de nuestro héroe:

    - “Si me conceden su voto, ustedes serán gobierno.”

    - “Ni pobres ni ricos, todos iguales.”

    - “Con la democracia se come, se duerme y se vive.”

    - “¿Para qué queremos dólares? Nuestros dólares son el trigo y las vacas.”

    Paso a paso, y sin buscarlo, nuestro Panchito se encontró en la cúspide del palabrerío, y como es natural, perdió el dominio de la situación, se desmandó y reflexionó que si él utilizaba su habilidad para encumbrar a los demás, bien podría utilizarla para encumbrarse a sí mismo. Comenzó por dar equivocados consejos a un gobernador para hacerlo caer hasta que una rebelión lo destituyó por desequilibrio mental. En su repertorio de frases le había hecho decir desatinos de todo tipo:

 

- “Cuando asumí el gobierno era de tarde y sin embargo llovía.”

- “Les digo a mis opositores que siempre que pasa igual, sucede lo mismo.”

     - “Yo pienso en mi pueblo durante las 24 horas y toda la noche.”

    - “Antes de hablar quisiera decir unas palabras.”

    - “No niego ni apruebo, sino todo lo contrario.”   

     - “He viajado por todo el mundo y parte del extranjero.”

     Y como el gobernador mismo lo había dicho, que siempre que pasa igual sucede lo mismo, el pueblo se amotinó, encarceló a su gobernante, lo encerró en un calabozo, le dio una pistola y cinco minutos de plazo para que cumpla la orden “Se suicida o lo matamos” y se retiraron detrás de la puerta para escuchar el resultado, que fue un estampido como era de suponer.

     Probablemente alguien se pregunte para qué habré creado yo este tipo innecesario. Se lo diré. Para que mis semejantes lo guarden en sus memorias y cuando lo vean emerger en el podio político con la frase “Antes de hablar quisiera decirles unas palabras”, lo bajen a tomatazos del estrado.

    Así sea.

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