VERIFICAR A DIOS
Simplicio se llama el protagonista de esta aventura. Sólo aceptaba como verdad lo que personalmente él hubiera podido comprobar. Esta ingenuidad existió hasta donde se sabe en todo tiempo, pero un rastreo histórico nos llevaría muy lejos en tiempo y espacio y podría insumirnos quizás años, que no estamos dispuestos a malgastar.
Un día, nuestro héroe tuvo una súbita inspiración o aparición –no se sabe con precisión qué fue-, pero el caso es que su requerimiento llegó a conocimiento del Creador.
- Necesito verificar tu existencia para estar seguro y creer –dijo al interlocutor.
- De acuerdo –le contestó-, ven a verme, estoy detrás de la última estrella.
- No puedo, necesitaría viajar millones de años.
- Entonces no soy yo quien no se quiere mostrar, sino tú que no puedes venir a verme. Lo siento, pero la culpa no es mía.
- ¿Qué hago entonces?
- Puedes sentirme o pensarme, lo que tú prefieras.
- Pero yo siento lo que siento y no lo que quiero. Me queda entonces pensarte.
- Entonces piénsame.
- Para pensar que algo o alguien es Dios, o lo pienso como el creador del mundo, o como la suma de todas las perfecciones imaginables, o como la mayor cosa que pudiera pensarse, o como una persona que se creó a sí misma, porque si necesitara de otro ser que lo creara, no sería propiamente un dios sino un ser creado nada más.
- Hasta aquí vas bien. ¿Qué eliges?
- No lo sé, estoy confundido. Dame una ayuda.
- Te ayudaré con un caso. Un hijo mío llamado Agustín de Hipona, un africano que llegó a la santidad, tuvo hace unos quinientos años esta misma duda, y la resolvió con este razonamiento: “Cuando no lo pienso lo entiendo, cuando lo pienso, no”.
0 comentarios