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Carlos A. Loprete Ensayos Cortos

VESTIR AL REY DESNUDO

VESTIR AL REY DESNUDO

     Jamás se hubiera imaginado el viejo Sartorio que su humilde oficio de cortar una tela alargada y acomodarla alrededor del cuerpo humano con puntadas de hilo se habría de convertir con el paso de los años en una profesión tan compleja. En sus comienzos le  bastaba para ganarse el sustento de cada día con distinguir entre un paño bueno y otro malo, respetar el principio de que entre sastres no se pagan las hechuras, y tener cuidado de que además de ser trampeado en su trabajo no tuviera que pagar el hilo de su bolsillo.

     Siempre ha sido un misterio saber por qué razón los pobres sastres han sido un objeto preferido de los tramposos estafadores, aunque en nuestros tiempos las cosas parecen haber cambiado bastante. En el camino apareció la sastrería teatral, integrada por quienes cortaban y cosían trajes para los actores escénicos, con más o menos rigor histórico, porque cuando no disponían de tela roja para la orla de una toga, la dejaban en blanco, convirtiendo así a un magistrado estatal en un candidato electoral,  según especificaban las normas de la antigua Roma. Reforzaba esta conducta el hecho de que tampoco en los circos y teatros se exigía a los espectadores el título universitario de historiador para ingresar.     

     El antiguo sastre tradicional ha quedado relegado en la actualidad a la  raquítica tarea de poner parches a las vestimentas de los pobres, coser botones perdidos y hacer ojales, abasteciéndose de un cajón donde agujas, hilos y retazos se amontonan en una terrorífica promiscuidad.

     Para ser ascender al estrellato de la sastrería se necesita ahora tener conocimientos de historia, política, religión, antropología y psicología, cuando menos. Los clientes expresan a los modernos artesanos sus pretensiones y ellos deben demostrar una auténtica creatividad en sus diseños. Fundamentalmente deben ser originales, debido a que ningún consumidor  acepta repetir el vestuario de otro. Por ejemplo, si un líder político se presenta en público como un ferviente cristiano con promesas socialistas, el sastre debe idear un ropaje como sotana hasta los pies, un crucifijo colgante del pecho, una estola  con una hoz marxista en un extremo y un copón litúrgico en el otro. El solideo o casquete craneano debe eludirse porque entre la multitud  partidaria es dificultoso mantenerlo en su lugar así como el cayado o báculo por análogas razones.

     Si se le presenta el caso de un militar, no se le ocurrirá inventarle un  casco de acero con una águila de káiser alemán, ni una lanza en su diestra como  un guerrero medieval, porque esos adminículos huelen a guerra. Con una gorra vasca basta, a condición de que no la adornen con un avioncito o un tanque bélico, por analogía con los sombreros de las damas que ponen en sus pelucas nidos de aves o pájaros embalsamados. Sin embargo, no podrá, en ningún caso dejar de incluir en su producto un bastón de mando lustroso, no largo, para usar apretado por el brazo como símbolo de su autoridad en las convocatorias políticas, y hábilmente disimulado, un chaleco antibalas por si acaso algún francotirador enemigo intentara liquidarlo.  Para demostrar su vocación humanitaria, puede acompañarse el atuendo con un perrito seleccionado y uno o dos niños desdentados, que darán testimonio de su amor por los pobres. Naturalmente, no son objetos de sastrería, pero puede adquirirlos en tiendas de utilería.

     El tema se le complica más al sastre cuando el solicitante es un indígena. ¿Cómo vestir a un aborigen con estudios primarios incompletos de manera que la población atienda sus mensajes y lo proclame presidente? Nuestro maestro Sartorio, precavido como era, ya tenía imaginado el modelo indígena que propondría al próximo cliente del Altiplano si llegaba la ocasión. Lo había imaginado polivalente, quiere decir, útil para conformar a todos. Por de pronto, un ramo de coca en su mano derecha, como símbolo de su raza incaica; un manto cuadrilongo o poncho con una figura bordada de la Pachamama o diosa de la tierra  a la derecha  y un crucifijo a la izquierda; y por la parte de atrás, un libro abierto y una hoz. La cabeza encasquetada en un gorro pasamontañas aimará o en un sombrero de copa blanco, y asunto arreglado.

     Sin embargo, un oculto temor lo corroía internamente: que el día menos pensado se le presentara un indio flechero de la Amazonia, de esos que viven totalmente desnudos, y le solicitara una modernización de su desnudez. ¿Cómo se las arreglaría para fabricar un traje de desnudez moderno sobre la desnudez originaria del cuerpo? Fue en busca de ayuda a su colega Tijeretas y entre los dos ingenios consideraron el tema durante un día entero. Trajeron a sus memorias la tradicional leyenda dinamarquesa del rey desnudo, pero tuvieron que descartarla por inaplicable. En la fábula de Dinamarca el rey desnudo estaba como vino al mundo, sin trapo alguno, puesto que los falsos pañeros habían hecho correr la voz que únicamente los mal nacidos no verían el traje. Un niño de poca edad, al ver al rey desnudo en un desfile, descubrió la farsa protestando con inocencia que el rey no traía puesto traje alguno.

    - ¿Y cómo hago yo para que los flecheros desnudos acepten tener un cacique con una  desnudez sobre otra y lo aplaudan en los desfiles? –preguntó Sartorio.

     - Muy sencillo, mi amigo Sartorio. Usted les dice que desnudez nueva sobre desnudez vieja no se ve, como agua sobre agua y asunto arreglado. ¿O cree que entre los indios no hay obsecuentes?

     - ¿Y qué hago si se aparece un indiecito inocente y grita que estoy mintiendo?

     - No es problema. Usted desafía en público al niño para que arranque al cacique la segunda desnudez y no podrá hacerlo.

     El sastre Sartorio no quedó muy convencido con la solución de su colega, y frunció ceño y boca en señal de duda. Tijeretas, por su parte, hizo un último intento de persuasión:

     - ¿Por qué se preocupa tanto, mi amigo? Mucho más difícil sería la situación

si se le presentara el Hombre Invisible para que le hiciera una nueva invisibilidad. Pero no hay que anticiparse. Espere y en su momento algo se verá.  

     Los maestros de sastrería se abrazaron gozosos y marcharon del brazo a festejar el hallazgo con sendas copas de ginebra.       

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