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Carlos A. Loprete Ensayos Cortos

CASARSE CON UN MELLIZO

CASARSE CON UN MELLIZO

 

     Si una mujer se casa con un varón, no importa que su marido tenga  un hermano mellizo, porque de todas maneras ella contrae matrimonio con uno de ellos y no con los dos. Ésa es la situación legal, pero únicamente la legal, dado que en la vida real la cosa no es tan sencilla.

     Cuando una mujer se casa con un mellizo en la vida real corre los riesgos de su marido y el de su hermano mellizo también. Veamos un caso. Inocencia Ludovico había contraído nupcias con Humberto Primo.  El hermano mellizo de Humberto se llamaba

Humberto Secundo porque había venido al mundo minutos después del primero. Llevaba una vida independiente que Inocencia desconocía. La única complicación que se le presentaba algunas veces consistía en que algún inesperado interlocutor le decía “¡Qué parecido es su marido a un conocido mío!”, y ella resolvía la situación con la sencilla respuesta “Ah, sí, ése podría ser el hermano mellizo de mi esposo.”

     Por ignoradas razones la elemental Ludovica tenía la costumbre de equivocarse cada vez que tomaba una decisión. Cuando deseaba ir de compras al centro de la ciudad subía al ómnibus que iba a las afueras, y no usaba el teléfono celular porque siempre mercaba un número equivocado. En otras palabras, era una confundida inveterada.

    En una ocasión en que Humberto Secundo se hallaba  en la franja de Gaza para   conocer los túneles subterráneos fronterizos con Israel –según explicó más adelante-,  Humberto Primo se dispuso a festejar su cumpleaños como lo manda el código de efemérides mundial. La cena no fue muy frugal que digamos, porque una pizza grande de anchoas para ella y otra de tomate y queso para él, más una botella de tinto para cada uno, marcan el límite tolerado por ciencia de la nutrición.

     Como es de suponer, comieron con el televisor encendido con su secuela de cajas de cartón, papeles enmantecados y restos de las masas por el suelo. Antes del anochecer, Ludovica dio por terminado el ágape y se dispuso a ir a saludar a una amiga enferma a unos metros de distancia. Humberto Primo se vio en la obligación moral de acompañar a su esposa y salieron juntos. No habrían caminado más unos metros cuando se acercó con sigilo un individuo desconocido y disparó su pistola contra Ludovica al tiempo que le decía “No lo mato a tu marido para que sufra más viéndote en una silla de ruedas.”

     El plomo fue obediente al mandato recibido, se internó por el bajo vientre de Ludovica y la pobre mujer quedó inválida por el resto de sus días conforme a la pericia policial.  ¿Por qué me habrá disparado este criminal? –se intrigaba Ludovica-. Mi marido es un hombre ejemplar, es incapaz de matar una mosca y nuca ha tenido enemigos. No es campeón de nada, no milita en ningún partido político, no ha robado a nadie y trata siempre de pasar inadvertido para no suscitar odios ni envidia.

     Como suele suceder, parientes, vecinos y amigos, condolidos por tamaña desgracia, se ofrecieron para darle una explicación:

     - No te aflijas, Ludovica, conozco un caso igual al tuyo en el que después de un período de recuperación la enferma volvió a caminar.

     - La medicina está ahora muy adelantada y no hay que perder las esperanzas.

Nunca se sabe. Los cirujanos hacen prodigios. Yo he visto en televisión atletas que corren maratones con  piernas ortopédicas.

     - A mí me han dicho que con cataplasmas de lino caliente los enfermos se recuperan. ¿Por qué no haces la prueba?

     Ludovica escuchaba en silencio las buenas intenciones de todos, pero no se olvidaba de que los demás caminaban y únicamente ella estaba impedida. En su mente se había instalado la más universal de la reacciones: ¿por qué a mí y a los otros no?

      En la franja de Gaza, Humberto Secundo recibió la noticia de la invalidez de su cuñada con un mutismo absoluto. No tenía dudas de que el agresor lo había confundido con su hermano mellizo. Era a él a quien quería dañar el atacante. Eso de andar entre terroristas y narcotraficantes no podía terminar en nada bueno, y como algo de filosofía había estudiado, sacó sus propias conclusiones: cuando el Creador hizo al hombre, puso en cada individuo una parte de bien y otra de mal, pero cuando hizo los primeros mellizos, puso en uno todo el bien y en el otro todo el mal, para que compartieran entre los dos el destino. A él le había tocado la buena fortuna y a su hermano la mala.                

     Convencido de este razonamiento, huyó de la franja de Gaza donde una melliza árabe le coqueteaba para atraparlo en matrimonio, y se hizo monje budista en Katmandú, donde los religiosos son célibes.

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