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Carlos A. Loprete Ensayos Cortos

SABER MÁS QUE SÓCRATES

SABER MÁS QUE SÓCRATES

     Tanto me habían insistido mis maestros en la universidad  que Sócrates era un sabio porque había llegado a la conclusión de que sólo sabía que no sabía nada, que un día me insubordiné porque yo también quería ser sabio. Me puse a razonar cómo podría justificar por mi parte esta pretensión, y creo haberla encontrado. Mi razonamiento fue muy sencillo.

     Si la verdadera sabiduría consiste en llegar a la conclusión de que no se sabe nada, yo no sé más cosas de las que no sabía Sócrates, y por lo tanto, soy más sabio que él.

     Sócrates sabía que de las cosas existentes en sus años, conocía poco o nada. Pero las cosas de las que no sabía nada, no eran por aquellos años tantas como lo son ahora. La medicina era muy elemental, hierbas, emplastos, sangrías, tisanas, raíces de árboles, sanguijuelas, baños calientes de pies, amputaciones,  algunos cristales y minerales, y paro de contar. La física se reducía a discusiones improductivas sobre los cuatro elementos, tierra, aire, agua y fuego, además de la gravedad, los espejos, las mareas. De técnica, apenas algunos conocimientos sobre las palancas, las armas de fuego, la guerra, la agricultura y la construcción de carruajes. La geografía se reducía a Europa y el Cercano Oriente, y la historia no llegaba a los chinos. La astronomía no existía y en su lugar estaba la astrología..   

     En contraste con esas rudimentarias disciplinas en formación, en nuestros tiempos

la serie de conocimientos en ciencias, artes, tecnología, ciencias humanas e historia son tan abrumadoras que sobrepasan cualquier imaginación. En medicina están la anatomía, la cirugía, la neonatología, la toxicología, la traumatología, la neurología, la medicina industrial, la salud pública y cuando menos una veintena de especialidades. En física el campo es inagotable, física nuclear, física cuántica, termodinámica, espectroscopía, estática de sólidos, etcétera. De la tecnología y cibernética, ni hablar, Sócrates se habría espantado. En lo que concierne a geografía no queda recoveco de la tierra por recorrer, y en cuanto a historia, Sócrates ni idea tuvo de la Prehistoria, el descubrimiento de América, la Revolución Industrial, la Reforma, la revolución rusa, la Primera y Segunda Guerra Mundial.

     Categóricamente, sé que no sé muchísimas más cosas que las que no sabía Sócrates.

     Falta, sin embargo, algo por decir. Sócrates no sabía nada después de haberlo sabido todo, mientras que hoy en día existen otros que no saben nada antes de haber sabido algo. No es lo mismo no saber nada después de haberlo sabido todo que no saberlo antes de haber sabido algo.

VESTIR AL REY DESNUDO

VESTIR AL REY DESNUDO

     Jamás se hubiera imaginado el viejo Sartorio que su humilde oficio de cortar una tela alargada y acomodarla alrededor del cuerpo humano con puntadas de hilo se habría de convertir con el paso de los años en una profesión tan compleja. En sus comienzos le  bastaba para ganarse el sustento de cada día con distinguir entre un paño bueno y otro malo, respetar el principio de que entre sastres no se pagan las hechuras, y tener cuidado de que además de ser trampeado en su trabajo no tuviera que pagar el hilo de su bolsillo.

     Siempre ha sido un misterio saber por qué razón los pobres sastres han sido un objeto preferido de los tramposos estafadores, aunque en nuestros tiempos las cosas parecen haber cambiado bastante. En el camino apareció la sastrería teatral, integrada por quienes cortaban y cosían trajes para los actores escénicos, con más o menos rigor histórico, porque cuando no disponían de tela roja para la orla de una toga, la dejaban en blanco, convirtiendo así a un magistrado estatal en un candidato electoral,  según especificaban las normas de la antigua Roma. Reforzaba esta conducta el hecho de que tampoco en los circos y teatros se exigía a los espectadores el título universitario de historiador para ingresar.     

     El antiguo sastre tradicional ha quedado relegado en la actualidad a la  raquítica tarea de poner parches a las vestimentas de los pobres, coser botones perdidos y hacer ojales, abasteciéndose de un cajón donde agujas, hilos y retazos se amontonan en una terrorífica promiscuidad.

     Para ser ascender al estrellato de la sastrería se necesita ahora tener conocimientos de historia, política, religión, antropología y psicología, cuando menos. Los clientes expresan a los modernos artesanos sus pretensiones y ellos deben demostrar una auténtica creatividad en sus diseños. Fundamentalmente deben ser originales, debido a que ningún consumidor  acepta repetir el vestuario de otro. Por ejemplo, si un líder político se presenta en público como un ferviente cristiano con promesas socialistas, el sastre debe idear un ropaje como sotana hasta los pies, un crucifijo colgante del pecho, una estola  con una hoz marxista en un extremo y un copón litúrgico en el otro. El solideo o casquete craneano debe eludirse porque entre la multitud  partidaria es dificultoso mantenerlo en su lugar así como el cayado o báculo por análogas razones.

     Si se le presenta el caso de un militar, no se le ocurrirá inventarle un  casco de acero con una águila de káiser alemán, ni una lanza en su diestra como  un guerrero medieval, porque esos adminículos huelen a guerra. Con una gorra vasca basta, a condición de que no la adornen con un avioncito o un tanque bélico, por analogía con los sombreros de las damas que ponen en sus pelucas nidos de aves o pájaros embalsamados. Sin embargo, no podrá, en ningún caso dejar de incluir en su producto un bastón de mando lustroso, no largo, para usar apretado por el brazo como símbolo de su autoridad en las convocatorias políticas, y hábilmente disimulado, un chaleco antibalas por si acaso algún francotirador enemigo intentara liquidarlo.  Para demostrar su vocación humanitaria, puede acompañarse el atuendo con un perrito seleccionado y uno o dos niños desdentados, que darán testimonio de su amor por los pobres. Naturalmente, no son objetos de sastrería, pero puede adquirirlos en tiendas de utilería.

     El tema se le complica más al sastre cuando el solicitante es un indígena. ¿Cómo vestir a un aborigen con estudios primarios incompletos de manera que la población atienda sus mensajes y lo proclame presidente? Nuestro maestro Sartorio, precavido como era, ya tenía imaginado el modelo indígena que propondría al próximo cliente del Altiplano si llegaba la ocasión. Lo había imaginado polivalente, quiere decir, útil para conformar a todos. Por de pronto, un ramo de coca en su mano derecha, como símbolo de su raza incaica; un manto cuadrilongo o poncho con una figura bordada de la Pachamama o diosa de la tierra  a la derecha  y un crucifijo a la izquierda; y por la parte de atrás, un libro abierto y una hoz. La cabeza encasquetada en un gorro pasamontañas aimará o en un sombrero de copa blanco, y asunto arreglado.

     Sin embargo, un oculto temor lo corroía internamente: que el día menos pensado se le presentara un indio flechero de la Amazonia, de esos que viven totalmente desnudos, y le solicitara una modernización de su desnudez. ¿Cómo se las arreglaría para fabricar un traje de desnudez moderno sobre la desnudez originaria del cuerpo? Fue en busca de ayuda a su colega Tijeretas y entre los dos ingenios consideraron el tema durante un día entero. Trajeron a sus memorias la tradicional leyenda dinamarquesa del rey desnudo, pero tuvieron que descartarla por inaplicable. En la fábula de Dinamarca el rey desnudo estaba como vino al mundo, sin trapo alguno, puesto que los falsos pañeros habían hecho correr la voz que únicamente los mal nacidos no verían el traje. Un niño de poca edad, al ver al rey desnudo en un desfile, descubrió la farsa protestando con inocencia que el rey no traía puesto traje alguno.

    - ¿Y cómo hago yo para que los flecheros desnudos acepten tener un cacique con una  desnudez sobre otra y lo aplaudan en los desfiles? –preguntó Sartorio.

     - Muy sencillo, mi amigo Sartorio. Usted les dice que desnudez nueva sobre desnudez vieja no se ve, como agua sobre agua y asunto arreglado. ¿O cree que entre los indios no hay obsecuentes?

     - ¿Y qué hago si se aparece un indiecito inocente y grita que estoy mintiendo?

     - No es problema. Usted desafía en público al niño para que arranque al cacique la segunda desnudez y no podrá hacerlo.

     El sastre Sartorio no quedó muy convencido con la solución de su colega, y frunció ceño y boca en señal de duda. Tijeretas, por su parte, hizo un último intento de persuasión:

     - ¿Por qué se preocupa tanto, mi amigo? Mucho más difícil sería la situación

si se le presentara el Hombre Invisible para que le hiciera una nueva invisibilidad. Pero no hay que anticiparse. Espere y en su momento algo se verá.  

     Los maestros de sastrería se abrazaron gozosos y marcharon del brazo a festejar el hallazgo con sendas copas de ginebra.       

LOS DOS BORGISTAS

LOS DOS BORGISTAS

         Allá a lo lejos y no hace mucho tiempo, en un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme, compartían una hora de sus ociosas existencias dos individuos adictos a Jorge Luis Borges. Ambos coincidían en que la vida y la obra de Borges se había constituido en una especie de gallina de los huevos de oro en países de habla hispana y había llegado la oportunidad de infiltrarse en el círculo del borgismo. El fenómeno  de la infiltración cultural en la fama ajena había ocurrido en todos los tiempos, por aquello de que quien a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija. Voltaire y el

volterianismo, Cervantes y el cervantismo, Bécquer y el becquerianismo, Sarmiento y el sarmientismo, y ahora Borges y el borgismo, son contundentes pruebas demostrativas.                   

      Si el maestro argentino -en mi opinión uno de los pocos argentinos sospechoso de genialidad- estuviese en vida, probablemente se mofaría de sus aprovechados admiradores como antes se había burlado de don Ricardo Rojas, diciendo que su Historia de la literatura argentina en ocho volúmenes era más extensa que los pocos libros que los escritores del país habían escrito.

     Pero como donde hay dos personas hay por lo menos dos opiniones, entre nuestros dos borgianos se suscitó pronto la infaltable disidencia. El primero, un bibliotecario medio cegatón, de pelo blanco enmarañado, anteojos gruesos y voz agonizante, sostenía que para ser un borgiano cabal y llegar a la médula del pensamiento del maestro, era necesario haberse quemado las pestañas varios años y dominar al menos dos idiomas.

     El segundo, un trapecista iniciado en espectáculos al aire libre y transformado por evolución en entrevistador de televisión, afirmaba que para ser borgista e involucrarse en la fama del exitoso escritor, era preferible indagar en su vida privada, averiguando entre sus allegados, por ejemplo, si el poeta y narrador agregaba canela en polvo al arroz con leche en sus desayunos.    

     El bibliotecario había asistido ya a un congreso en Copenhague sobre el empleo de la etimología en la adjetivación borgeana, a otro en Stuggart sobre el uso de la coma en las frases largas practicado por el maestro, a un tercero en Salamanca sobre el malestar que causan en la prosa los adverbios de modo, y a un cuarto, en Cartagena de las Indias,  que mereció el elogio unánime de los asistentes, sobre la distancia promedio entre el cuerpo de la i y su punto superior en los manuscritos del argentino.   

     El trapecista, en cambio, no había asistido a ninguna universidad, congreso, simposio, conferencia ni curso, puesto que su masa encefálica no pesaba el mínimo requerido, mientras que sus fuentes culturales habían aumentado notoriamente en los últimos años con el agregado del portero del edificio donde vivía Borges, el vendedor de diarios de la esquina, el cerrajero vecino y el proveedor de leche que subía las botellas a su departamento. Uno de esos informantes le había hecho saber que le gustaba oír tangos y milongas aunque le desagradaba la música y se aburría en los conciertos; que la pintura tampoco le interesaba aunque fraternizaba con cierto pintor de Palermo, y principalmente que tenía un extraordinario sentido del humor hasta el grado de reírse de sí mismo. El trapecista tuvo la astucia de encontrar en esa área de la intimidad una justificación de su borgismo, y comenzó a hablar en lo sucesivo de "Georgie" y no de Jorge Luis, como si fuera su confidente íntimo, y de atribuirle intimidades inventadas, en su afán de convertirse en el titular exclusivo del anecdotario privado.

      - Todos sabemos que tenía una memoria excepcional. ¿Conoce usted algún episodio al respecto? -preguntó el bibliotecario.

     - ¿Uno sólo? Tengo varios. Un día, por ejemplo, recitó un canto de la Ilíada en guaraní.

      - Disculpe, mi amigo, me consta que Borges sabía varios lenguas, pero ninguna aborigen.

     - Así es en efecto, pero las aprendía de un día para otro mientras dormía, según tengo averiguado por boca de su lechero.  

     - Ah...Eso no lo sabía.

     - Y no sólo eso. Sus poemas se los dictaba un doble que le aparecía en sueños. Lo que me queda por investigar es si a su muerte se murió también el duplicado. El cuidador de la Plaza San Martín, donde dormía a menudo Georgie de día, me asegura que muchas veces lo sintió conversar dormido y escribir con los ojos cerrados. El día que descubra ese misterio, será el más feliz de mi vida.

     - ¿Y sabe usted algo de su infancia? En una biografía que tengo leída se dice que tenía una institutriz inglesa que le enseñó a amar a los tigres con dientes feroces y rayas negras.

     - Hasta ahí no he llegado todavía. De lo que sí estoy seguro es de que sabía de memoria los nombres de todas las bestias antediluvianas y les hablaba en un inglés que los animales entendían. En el próximo Congreso Universal de Borgistas hablaré de ese asunto, y si no me alcanza el tiempo, me referiré a sus experimentos científicos.

     - ¿Experimentos científicos? Es la primera vez que oigo decir algo así. Borges fue muchas cosas, menos hombre de ciencia.

     - Ahí esta la novedad. Tenga presente que en un momento el gobierno lo separó de su cargo municipal de auxiliar de una biblioteca  y lo nombró inspector de pollos, gallinas y conejos en la ferias. En ese tiempo puede haberse iniciado su interés por las ciencias.

      El Congreso se inauguró el lunes 3 de abril de 1963, un día mojado por las lloviznas adelantadas. El borgista bibliotecario presentó una ponencia sobre Algunos aspectos ontogénicos innatos de la supresión de la letra d final en el  argentinismo ciudá y su simetría con fatalidad, mientras que el trapecista aportó su tesis bajo el título de Borges y el agua que no cae según el testimonio de un portero.

     La tesis obvia del bibliotecario no requiere explicación. La del trapecista sí. El portero aseguraba que en horas de la madrugada y durante cuarenta días, vio al maestro descender por las escaleras con una palangana en las manos y volver cariacontecido a su departamento. El día cuarenta, último de la experiencia, se animó a preguntarle el sentido de la repetida operación, y el escritor se lo explicó: si el espacio es infinito y una flecha no lo atraviesa, como sostenía Zenón de Elea en la antigüedad, el agua que había arrojado desde la ventana a la calle, tendría que estar quieta en el espacio, y por tal razón salía a la calle para recogerla. Pero cada vez que salía a buscarla y ponerla de nuevo en la palangana, la encontraba desparramada por el suelo.

     La ponencia del trapecista fue aprobada por unanimidad. El trofeo consistió en un cuadro con una fotografía en el anverso mirando a la derecha y otra en el reverso mirando a la izquierda.    

TERCERIZACIÓN DE VIRTUDES

TERCERIZACIÓN DE VIRTUDES

     Tercerizar es transferir una obligación personal a otra persona, un tercero como se dice, que se ocupa de cumplirla por cuenta nuestra. La palabra no está registrada todavía en el diccionario de la Real Academia, pero probablemente lo estará cuando la docta corporación salga de su valetudinario letargo. Mientras tanto, como necesito de esa palabra para mis propósitos,  la empleo bajo mi responsabilidad. Un ejemplo histórico sucedido en Ecuador me servirá de apoyo. Cuenta la tradición que en dicho país, al establecerse el servicio militar obligatorio, la ley admitió que quien no quisiera o pudiera cumplirlo, podía designar a una tercera persona para que lo realizara en su nombre y representación. Conclusión, los ciudadanos ricos pagaban a un indígena o un mestizo pobre para esta función. ¿Por qué un ecuatoriano pudiente tendría que internarse en la selva, soportar picaduras de insectos y víboras, ahogarse en pantanos y ríos, recibir flechazos en su cuerpo, arrastrarse por el suelo horas y horas, beber agua impura y alimentarse de miserables viandas? Por unas pocas monedas lo hacían los pobres tercerizados. Espero no haber ofendido a los ecuatorianos actuales, por cuanto la costumbre ha desaparecido ya.

      Con su disculpa, explicaré la idea, que se me ha ocurrido pero que no comparto. Los mandamientos de la Iglesia Católica son muy conocidos y resultaría  insistente repetirlos: amar a Dios con todo el corazón y al  prójimo como a uno mismo, no matar,  no cometer adulterio, no robar, no levantar falso testimonio contra el prójimo, no desear la mujer del prójimo, no codiciar los bienes ajenos. Según la doctrina católica, el hombre de este mundo, por efectos del pecado original, no puede cumplirlos por sí solo y debe recurrir en su ayuda a Dios mismo, quien lo asiste con su gracia y así lo apoya.

     Cualquiera que se sienta católico ha tenido experiencias personales suficientes como para darse cuenta de la inmensa dificultad que tiene para satisfacer estos mandamientos. No matar es fácil, hay pocos hombres asesinos y también muy pocos desean hacerlo. Amar al prójimo como a uno mismo quizás sea uno de los más difíciles de satisfacer. ¿Amar a una persona que pasa cerca de mí y desconozco más que a mí mismo? No mentir: ¿qué hago con un familiar moribundo que me pregunta cómo está de salud? Amar a Dios por sobre todas las cosas. ¡Qué gracia! Si no se es ateo, es el mandamiento más liviano y venturoso de cumplir. Amar al Creador y rey de todo lo creado es el mejor negocio del mundo.

      Pues bien, como las virtudes son dificultosas de practicar, un "sustituto" se encarga de cumplirla. Donde un candidato político es requerido de mostrar sabiduría, saca a relucir su sustituto, y asunto concluido. Exactamente igual al soldado sustituto pagado en Ecuador. En el recorrido intelectual por el asunto, he llegado a comprobar que cada tanto aparece un tercerizador o sustituto que se declara culpable de un crimen o asesinato a cambio de una paga.

     Un incorregible tercerizador político quiso aplicar mi teoría a los asuntos religiosos y se topó de narices con la oposición del Vaticano. El individuo no era, naturalmente, creyente, pero cuando quiso obtener una representación diplomática, se encontró con la más rotunda negación de la Sede Pontificia. Intentó presentar un tercerizador  devotísimo pero las autoridades eclesiásticas no se lo admitieron:

     - Pero yo seré el diplomático y no intervendré en ningún asunto. En nombre mío lo hará mi tercerizador católico, monseñor -argumentó el diplomático.

     - Imposible  -respondió el prelado-. En esta Iglesia no hay sustitutos.

     - Pero mire bien, monseñor, se trata de un tercero con olor a santidad.

     - Lo siento, pero no puede ser. Si como usted dice es católico de primera agua, no se prestará a mentir. La sustitución es una forma de la mentira.

     - Pero mi gobierno necesita que yo sea su diplomático.

     - Así podrá ser para su gobierno, pero para la Iglesia, no. No existe en nuestra iglesia

  sustitución de vicios y virtudes. Ni Su Santidad podría tercerizar su situación.

 -¿Y entonces?

 - Entonces su gobierno debe designar otro diplomático.

 - No lo hará, no tenemos otro tercerizador en el Partido.

 - En tal caso, pregúntele al único que tienen si está dispuesto a tercerizarlo a usted en el otro mundo.

MENTIRAS DE LA GEOMETRÍA

MENTIRAS DE LA GEOMETRÍA

     No todo lo que dicen las ciencias es verdad. En ciertas ocasiones acumulan errores que con el curso de los años se deben rectificar para no engañar a los estudiantes. Ahora sabemos, por ejemplo, que las estrellas están sueltas en el cielo y no pegadas a una semiesfera de cristal. Quienquiera invierta algunas horas en ponerse a analizar las cosas,  es posible que encuentre una o varias mentiras científicas que la tradición le regala. Eso  me ha ocurrido con la geometría, en mi opinión la disciplina más mentirosa después de la política, comenzando por su nombre originario, “medida de la tierra”, lo cual es absolutamente falso, puesto que se ocupa del punto, la línea, el plano y el espacio. Mi descubrimiento comenzó por el punto y  siguió con otros más. Yo había vivido feliz con la enseñanza de que el punto es la menor unidad geométrica que se pueda representar como me lo había asegurado mi maestra de quinto grado elemental. Me lo había imaginado como la marca de una aguja o un lápiz afilado sobre un papel, es decir, redondo.

     Pero apareció en la historia el píxel o unidad diminuta de impresión de una computadora, que es cuadrado. Ahí comenzó mi tragedia. Al fin de cuentas, ¿el punto es redondo o cuadrado? Hace falta un nuevo Einstein para resolver el problema. No pretendo entrometerme en la cuestión, aunque no acabo de comprender todavía si con varios puntos redondos se hace una figura cuadrada o con varios puntos cuadrados se puede hacer una figura cuadrada. De igual o mayor complicación es este problema si pasamos al espacio. La duda es: ¿cuántos cubitos chicos hacen falta para llenar una esfera?

     Si lo sabe, por favor comuníquese con alguna academia nacional de ciencias y hágalo saber, porque hasta ahora no hay nadie que lo sepa. 

     Con separarme de este dilema creí recuperar la tranquilidad perdida. Pero no fue así, mi caprichosa mente persistía en torturarme y me envolvió en otras dudas. Una línea recta que se tuerce, ¿es una  línea quebrada o son dos rectas que se encuentran? Dos varillas plantadas a un metro una de otra en el Polo Norte, no son realmente paralelas porque se encuentran en el centro de la Tierra, y mucho más aún, forman un ángulo recto si la segunda se desplaza hasta el Ecuador. Para simplificar, el punto no es tan simple como me habían enseñado ni tampoco es cierto que dos líneas de distinta dirección encontradas son una línea quebrada, ni que existan las paralelas.

     Demasiados desengaños para soportar en esta vida. La solución de este asunto consistía en alejarme de la geometría.  

     Al fin de cuentas, da lo mismo morir con geometría que morir sin geometría. Pero cuando usted esté a punto de trasladarse al otro mundo, recuerde que si se muere en el Polo Norte subirá a los cielos, pero si se muere en el Polo Sur, caerá a los cielos.

 

    

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LOS FILÓSOFOS FEOS

LOS FILÓSOFOS FEOS

     Conforme avanza la participación de las personas en la cultura mundial, se han producido efectos impensados en las ciencias, la filosofía, el arte y la religión. La aparición de nuevos aportes a la cultura es innegable puesto que se han logrado nuevos productos desconocidos por la antigüedad. Un ejemplo lo proporciona la mezcla de belleza y sabiduría. Hasta hace unas décadas, los filósofos se juzgaban por las ideas aportadas. El progreso actual, en cambio, admite que los sabios sean valorados conforme a sus características físicas. Veamos un ejemplo.

     Marco Tulio Cicerón, romano del siglo I, podría integrar la lista. Por supuesto, no se conservan fotografías testimoniales, pero sí bustos de su época. Todos saben que Cicerón era el apodo con que lo conocían en Roma, pero pocos quizás tengan noticia de que sus contemporáneos lo llamaban así porque tenía en su nariz un bulto como “garbanzo”. En el latín  de su siglo el garbanzo se denominaba cicer, ciceris, de donde Cicerón venía a significar algo así como “garbanzudo.” Prosiguiendo con este método libre de mezclarlo todo, puede inferirse que la fealdad es equivalente a la mentira y la belleza lo es a la verdad. Hemos llegado al final del raciocinio: Cicerón el Garbanzudo fue un filósofo con malas ideas dado que físicamente era feo.    

     Sin embargo, al revisar un busto conservado en el Monte Capitolino de Roma no se le ve ningún garbanzo en el apéndice nasal, y resulta imposible dictaminar si al fin de cuentas lo tuvo o no. En consecuencia, el lector se queda sin saber si el filósofo romano era un buen o mal pensador.

      Voltaire, filósofo francés del siglo XVIII, es otro ejemplo. Reducido de cuerpo, la columna vertebral encorvada, sumido de mejillas por la falta de dientes, ojos hundidos en dos cavernas óseas, calvicie precoz oculta por una cabellera, manos con nervaduras como ramas de árbol de tan descarnadas que eran, con esas solas muestras visibles, no tendría que ser leído por nadie. De su contemporáneo irlandés, Jonathan Swift, no diré nada porque el infortunado murió en la locura, pero quien se interese por su figura puede encontrar ilustraciones en varias fuentes. ¿Qué no decir de Nietzsche, germano del siglo XIX? Espesos bigotes hasta el labio y bizco,  no puede ser catalogado entre los hermosos, y por lo tanto, tampoco entre los veraces.

     Concluiré con otro caso. Me refiero a Emmanuel Kant, filósofo alemán del siglo XVIII, el pensador más mencionado y menos leído de la historia. Los grabados de la época lo muestran minúsculo de cuerpo, enclenque y esmirriado, exquisitamente sensible a los cambios de temperatura, tímido, mirando como niño asustado hacia un punto fijo del horizonte,  envuelto en varias mantas.  Se lo dejo retratar a un amigo familiar: “…y a decir verdad, para entonces no era sino la sombra de un hombre.” (Tomás de Quincey, Los últimos días de Emmanuel Kant).

     La serie completa de pensadores feos es inagotable: registra rengos, gigantones,  panzones, mancos, cegatones y sordos, sin contar los enfermos. Y vaya uno a saber qué aspecto tenían los demás, aquellos de quienes no quedan dibujos ni bustos verificables. Tengo una leve reminiscencia de que Sócrates era feo, pero no podría precisar dónde he leído esto ni tengo ganas de perder el tiempo buscándolo. Me complacen tanto sus diálogos, que me aterra la idea de tener que cambiar de opinión.

     Sin salirme de los griegos (para no tener conflictos con los contemporáneos), mi análisis es muy simple. Si la verdad y la belleza se corresponden entre sí, la Venus de Milo sería la reina de la verdad con desmedro de Sócrates , aunque me expongo a la objeción de que esta afirmación es inválida puesto que no se sabe cómo eran sus brazos y sus manos. ¿Y si hubiera sido manca?

     He ahí una incógnita para la historia del pensamiento humano.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 

    

 

 

EL PREDERECHO HUMANO

EL PREDERECHO HUMANO

      El derecho es la facultad que tiene el hombre para hacer legítimamente lo que necesita para vivir. Se llama entonces derecho humano al que tiene toda persona para vivir como persona., desenvolver su personalidad, disponer de los medios para conservarla y desarrollarla. Pero no existe derecho alguno sin su obligación correspondiente, es decir, sin limitaciones. Admitir un derecho sin su obligación correspondiente sería el caos o desorden de la humanidad. Cada sociedad humana ha establecido desde tiempos inmemoriales el conjunto de principios, preceptos y reglas a que están sometidas las personas que la constituyen, los cuales son diferentes entre sí, de tal manera, que no existe un derecho absoluto, único y definitivo válido para todo tiempo y lugar.

      Pero además existen otros derechos particulares, como el derecho de las mujeres, el derecho de los niños, el de los grupos profesionales, que sin embargo no afectan a los derechos humanos en general. Un niño, por ejemplo, tiene además del derecho a vivir, los derechos a la manutención, a la educación, a la salud, a la libertad de elegir su futuro.

     Dejo aparte de este artículo el  irresuelto problema de a partir de cuando se es un ser humano. Las respuestas  a esos temas se computan a partir de diversos momentos, según sea la escuela científica, biológica, filosófica o religiosa, pero lo cierto es que no hay una definición única sobre la cuestión, y no hay acuerdos sobre si se cuenta desde la fecundación, desde el embrión, desde que está formado el sistema nervioso, desde los cuatro meses o desde el nacimiento. Las respuestas a esos temas pertenecen más bien a la filosofía y la teología.

     Un avance consistiría en establecer un “prederecho humano”, un protoderecho,  esto es, el derecho a tener todos los derechos humanos, establecidos o por establecer, el derecho a ser una persona humana, antes de la misma fecundación, porque si uno tiene ese derecho, los demás derechos humanos no pueden ser negados ni amputados cualesquiera sean los derechos humanos generales o particulares  que se reconocen hasta ahora. Todos los derechos, el humano, el político, el comercial, el laboral, el civil, el público, el privado, el  internacional, etcétera, reconocidos o por reconocer, estarían comprendidos dentro de sus prescripciones.

     Equivaldría a un “derecho a tener derechos”, un “derecho supremo”, un “derecho a ser”, en virtud del cual no podría existir la pena de muerte, la manipulación genética que ponga en riesgo la vida de un ser humano, la contaminación ambiental, las prácticas abortivas, la discusión entre muerte encefálica y muerte biológica, la eutanasia, la muerte asistida. Según este razonamiento, yo sería un sujeto con prederechos antes de llegar a ser una persona con derechos humanos o de cualquier otra clase.

     Las distintas clases de derecho vigentes son sistemas jurídicos convencionales que se basan en acuerdos tomados por los hombres sobre algún aspecto de la vida, pero el “prederecho”, debería ser una afirmación anterior a todos ellos que garantizara la vida misma desde su origen primero hasta su extinción natural. Deberá ser un derecho ínsito a la condición humana, simplemente dado e insolayable, y no un derecho otorgado por una asamblea u organización, que no es la propietaria de ningún derecho. Por esta razón, ni siquiera la asamblea de las Naciones Unidas otorga derechos sino que su función se reduce a reconocerlos.

     ¿Y qué debiera decir este prederecho? Algo muy sencillo, como esto, por ejemplo: “Toda persona tiene el derecho supremo de nacer, y desarrollar libremente su propia personalidad hasta el momento mismo de su extinción natural.”

¿ QUIÉN EJECUTA AL VERDUGO ?

¿ QUIÉN EJECUTA AL VERDUGO ?

 

     Curioseando algunos libros de lógica, me encontré por casualidad con una paradoja que tiene confundidos a muchos especialistas. Tiene varias versiones, pero en una forma general y simplificada puede reducirse a esta cuestión: si en un pueblo únicamente un barbero está autorizado a afeitar a la gente, ¿quién lo afeita a él?  

     Inmediatamente saltó a mi mente otra paradoja: ¿quién ajusticiaría al verdugo si hubiera que ejecutarlo a él por sus delitos? En lógica se la denomina paradoja por ser un pensamiento discordante con la opinión habitual de las personas mentalmente sanas. Los antiguos filósofos ya habían debatido el tema de las paradojas con ejemplos que han perdurado hasta nuestros días, como el del montón de trigo, por ejemplo, que sostiene que si de un montón de granos se quita uno, queda siempre un montón, de modo que cuando quedan dos y se quita uno, el restante uno es también un montón.

Dicen los tratados que las paradojas presentan una contradicción interna, porque si bien es cierto que presentan una contradicción inaceptable, por otro somos incapaces de descubrir en dónde se halla su error. Sabemos que un grano no es un montón, pero entonces ¿cuántos granos constituyen un montón? Uno, seguramente no; dos, tres o cuatro, tampoco; ¿y quince?

     Volviendo a nuestro verdugo, probablemente alguien opinará que esa ley del verdugo único es absurda, porque en una ejecución no interviene  únicamente el ejecutor mismo sino varios ayudantes, y que entre ellos alguien tendría que haber sido designado su sustituto. Pero en ese caso no habría un verdugo único como en el caso planteado, sino dos o tres. Uno de ellos lo ejecutaría. La paradoja sin embargo subsiste, por lo menos en el aspecto teórico.

      Si hubiera uno solo, no habría verdugo que lo ejecutara y tendría que ejecutarse entonces él a sí mismo. ¿Y cómo lo haría si la ejecución se realizara en ese lugar de un hachazo en el cuello? Imposible, no hay manera de que coloque su cuello sobre un tronco y se dé un hachazo desde arriba. En consecuencia, el verdugo sería el único individuo del lugar que no podría morir por medio de una hacha.

      El lector podrá preguntarse:¿a qué viene todo esto? Mi respuesta es modesta, a nada, o en el mejor de los casos, a que se divierta unos minutos. Con más suerte, habría contribuido a advertirle que no todo razonamiento coincide con la realidad, esto es, que el mundo de la realidad  y el mundo de los razonamientos son distintos.                                                                                                                                                                

      Fíjese, si no, en este otro ejemplo, llamado la paradoja de Teseo o paradoja del barco. Teseo volvió de un viaje con treinta atenienses y dejó el barco en la costa. A medida que las maderas se deterioraban los jóvenes las reemplazaban por otras nuevas, hasta que las reemplazaron todas. ¿El barco así obtenido era o no el mismo barco de Teseo? Algunos opinaban que sí, otros que no. Para complicar todavía más la cuestión, se podría preguntar: ¿si los leños reemplazados se hubieran conservado en un lugar aparte y con ellos se hubiera rehecho el barco, sería o no el barco de Teseo?

     A mí se me ocurre preguntar: ¿si a una persona le sustituyen toda la dentadura natural por una prótesis o le implantan pelos en su cabeza, sigue siendo o no la misma persona ?

     Muchas gracias, amigo lector, y perdón por haberlo sacado de sus preocupaciones reales.