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Carlos A. Loprete Ensayos Cortos

FE DE ERRATAS

FE DE ERRATAS

 

 

     Una fe de erratas es una lista de errores cometidos en un libro impreso. Ella  certifica  al lector cómo debe leerse en verdad la equivocación. Nadie pone en duda dicha lista y la falencia queda a salvo.

     Es muy bueno que así se hagan las cosas para que los lectores sepan que en vez de escribir fajo el impresor cometió una equivocación y puso foja. No hace falta ninguna explicación para comprender que no es lo mismo tirar a la cabeza de un individuo una foja que un fajo de papel.

     Hasta este punto estaríamos todos los mortales de acuerdo si viviéramos en siglos anteriores, porque en el actual las cosas son un poco diferentes. La gente ha caído en la manía de escribir ese tipo de listas sin haber escrito ni impreso el texto. Antes se aceptaba que un hombre se equivocase y pegara al final una hojita con la serie de errores que debían corregirse. Era una especie de declaración legal. Mas en nuestros tiempos han aparecido lectores que se sienten con derecho a escribirlas.

     Conozco a un despistado erratista que ha escrito una fe de erratas a los Santos Evangelios sin ser San Mateo, San Marcos, San Lucas ni San Juan; total los cristianos lo perdonarán y no lo apedrearán, pero no se ha metido con otros libros sagrados porque a los blasfemios suelen castigarlos.

     Sin irnos a tales extremos y para mantenernos en terreno humano, algunos presidentes latinoamericanos han entrado en la costumbre de aplicar la técnica de las erratas a las leyes. Después de promulgada la ley el presidente publica en el boletín oficial las erratas cometidas y corrige que donde dice que el gobierno durará en ejercicio de tal atribución “dos” años, debe leerse “doce”. En otro país el presidente corrigió que los jueces pueden tener cualquier “sexo” y no cualquier “seso.”

     Lo invito a imaginar el día en que la constitución de un país pueda tener una fe de erratas escrita por un presidente treinta años después.

PALEONTOLOGÍA PSICOLÓGICA

PALEONTOLOGÍA PSICOLÓGICA

 

     No se desanime el lector frente a tan imponente título. Yo me he encargado en este artículo de ponerlo a su alcance, y le aseguro que puede confiar en mi palabra.

     La paleontología o ciencia de los restos fosilizados de los animales más antiguos del planeta está logrando en nuestros tiempos resultados asombrosos. No sólo ha reconstruido esqueletos de bestias que existieron hace 150.000.000 de años, sino que incluso han inferido de esos restos los pensamientos y comportamientos que tuvo el animal antes de morir. La paleontología psicológica sería, entonces, la ciencia que combina la paleontología con la psicología. ¿Sencillo, verdad?  Esclarezco esta combinación con un ejemplo.

     Los científicos estudian los restos de una ave con un gran pico curvo. Siendo tan grueso su cráneo, el pico  tendría que ser muy voluminoso y potente, y siendo tan potente su picacho, el pájaro tendría que haber sido un guerrero temible. Y como los guerreros necesitan estar en guerra, si no la hay deben crearla. En consecuencia, en los tiempos antediluvianos el mundo de los pájaros vivía en guerra permanente. Ese pájaro guerrero, para estar en guerra, debía tener enemigos o inventarlos, con lo que es natural que con tal enorme picote se alimentara de sus víctimas, porque de lo contrario se habría muerto de hambre.     

     De lo dicho se desprende que en los tiempos inmemoriales debieron existir también pájaros más pequeños, mirlos, ruiseñores, colibríes y palomas,  para que sirvieran de alimento a los más fuertes. Pero hay algo más todavía. Este hallazgo se confirma con los restos de sus patas y sus férreas uñas curvadas, lo que indica que el feroz pájaro se prendería de las ramas de los árboles para no dejarse arrebatar la víctima de su pico, es decir, era una ave egoísta, sin sentimientos de solidaridad.

     Hasta aquí tenemos que ese fósil pertenece a una raza belicosa, desprovista del sentimiento de solidaridad, antecedentes que la convierten en una volátil sin dios y atea.    

     - Para mí, en cambio –argumentaba otro paleontólogo psicológico-, habría que atribuirle también algunos rasgos piadosos como lo prueban los huesos de sus alas enormes. Debía de utilizarlas para llevarles los cuerpos de las víctimas  a sus pichones que esperaban en los nidos de las alturas. Quiero decir que además de depredador era paternal y responsable de su familia.

     - Comparto su opinión, colega. Le agregaría además que no era homosexual ni promiscuo, dado que para tener hijos debía tener una esposa y  ésta no aceptaría compartir el nido con una rival.

     Continuamos con la psicología fosílica. Los dos científicos se preguntaron a esta altura de los descubrimientos si el fósil pertenecía a un animal macho o hembra. Uno opinó que debía de haber sido varón porque la columna vertebral era erguida y los machos la tienen así porque son dominantes. En esto coincidieron ambos científicos. La gran duda surgió cuando uno de ellos planteó la cuestión de si el fósil habría sido sentimental o indiferente.

     - Para mí, sentimental, muy sentimental, porque la amplitud de su caja torácica es amplia como para albergar un corazón grande.

     - Es posible, colega. Pero yo me inclino por una indiferencia intelectual, como puede deducirse de una cavidad craneana muy reducida.

     Satisfechos, o más bien dicho gozosos por sus descubrimientos, ambos científicos se abrazaron. El testigo curioso que no falta en ninguna situación, se dijo para sus adentros:

     - Lástima grande que yo no pueda existir dentro de 100.000 años, porque me gustaría saber que piensan los paleontólogos psicológicos de los fósiles de estos dos científicos.

     Yo, por mi parte, lamenté también que no pueda durar tantos años, porque me gustaría saber que dirían los paleontólogos de mi psicología. Y, usted lector amigo, diga si he cumplido o no mi promesa de ser claro.                                                                                                                                                                                              

MONUMENTO A DON NADIE

MONUMENTO A DON NADIE

 

     Dado que todos somos iguales en derechos, según lo expresan las leyes, yo reclamo para mí un monumento en una plaza pública. Los nombres de otras personas lucen en la actualidad en una calle, a una avenida, un riacho, un puente o un estadio deportivo. Pues bien, yo reclamo que se ponga mi nombre a una plaza pública.

     - ¿Y cómo se llama usted, si se puede saber?

     - Cachilo.

     - Pero ése no es un nombre de persona.

     - ¿Cómo que no? Pregunte por ese nombre y se convencerá.

     - Bueno, vayamos por partes. ¿Dónde nació usted?

     - ¿Y cómo quiere que lo sepa? Nadie lo sabe al nacer; se lo dicen los demás cuando uno es grande.

     - ¿En qué trabaja ?

     - Ahora recojo cartón en las calles y preparo bolsas de piedras para los piquetes del gobierno.

     - ¿Y antes?

     - Barría la plaza Tres Banderas para la municipalidad por las mañanas, y por las tardes pedía ropa usada de puerta en puerta para revenderla en las ferias populares.

     - Comprendo, con esos antecedentes tiene derecho a ponerle su nombre a una plaza., aunque lamentablemente ya tienen nombre asignado todas las de la ciudad. Nos quedan disponibles algunas plazoletas. Elija cuál prefiere. Aquí tiene la lista.

     Cachilo recorrió la serie de pe a pa y eligió una en la intersección de tres avenidas.

      - Elijo ésta –dijo-. Queda cerca de mi casa.

      - Por lo que veo, no tiene mal gusto, mi amigo. Es la mejor de las disponibles, pero tiene una condición: hay que pagar una comisión a la intendencia por el mantenimiento. El 50% de lo que se recaude en la alcancía que se colocará en el lugar.

     - ¿Y el otro 50 %?

     - Es para la caja del partido que administra el señor intendente.

     -¿Y nada para mí? Al fin de cuentas yo soy el que le doy mi nombre.

     - No mezclemos los porotos, mi buen amigo. Somos nosotros los que le adjudicamos la plazoleta, y debiera estarnos muy agradecido por eso. Usted no aporta ni el nombre, porque eso de Cachilo no sirve para nada. ¿Se imagina una plazoleta llamada Don Cachilo? La gente no sabría de quién se trata y se reiría de nosotros y del partido. Si al menos se llamara Mandrake  o Batman algo podríamos hacer, pero no es su caso.

     -¿No tiene algún otro antecedente que pueda servirnos, como por ejemplo concejal, ministro, diputado o senador?

     - Empleos como ésos, no, pero he trabajado para el partido como pegador de carteles, tamborilero, trepador de empalizadas, repartidor de vino y salchichas en las manifestaciones, tocador de bombos y cosas por el estilo.          

     - ¿No escribió grafitti en las paredes?

     - No, no sé leer ni escribir.

     - Está bien, eso no tiene importancia. Firme aquí su pedido y nosotros nos encargaremos. Le asignamos la plazoleta elegida.

     - ¿Y pondrán una estatua mía?

     - No puedo asegurarle nada, esas asignaciones las hace el gobernador. Pero desde ya le garantizo por lo menos una placa de bronce.

     - ¿Me llamarán para el acto de inauguración? Me gustaría estar presente.

     - Si no puede decir un discurso, tendrá que estar de incógnito. Buscaremos alguien que lo haga en representación suya.

     La inauguración del monumento reunió a militantes y activistas transportados en camiones desde varias intendencias vecinas. Cachilo, escondido entre la multitud, presenció la ceremonia en silencio. Una vez que todos se hubieron retirado, Cachilo se acercó y leyó en una placa adherida a un monolito:

     “En memoria de Don Nadie, nuestro más humilde seguidor. Si hubiera vivido más tiempo, habría llegado a Embajador ante la Santa Sede.”      

GAUDEAMUS IGITUR

GAUDEAMUS IGITUR

 

     Hay personas que tienen la perniciosa costumbre de creer que todo lo que está escrito en latín es verdad. Entre ellas se encuentran quienes repiten sin entender aquello de Gaudeamus igitur, como si fueran palabras bíblicas. La traducción castellana  más conocida es “Alegrémonos pues” y la inglesa “While we’re young, let’us  rejoice:” El argumento justificatorio es que lo hagamos ahora mientras somos jóvenes, porque después de la incómoda vejez que nos espera, nos cubrirá la tierra.

    Si hipotéticamente cada uno de los que cantara este himno se pusiera a analizarlo, es posible que pusiera punto en boca y se fuera a dormir a su casa. Mi función en esta sociedad no es entristecer a los alegres ni desanimar a los latinistas, pero adolezco de la dañina costumbre de entrometerme en el desbarajuste de las palabras para descubrir alguna novedad. No veo en esta manía nada objetable, como tampoco la veo en los que   coleccionan mariposas, recopilan sellos postales o se dedican a observar los pájaros.

     El caso es que es que los versos del Gaudeamus no sólo me confunden a mí, sino también a los estudiosos de la cultura. La interpretación de los versos es tan variada que  se termina por no saber si deben ser cantados en las fiestas universitarias solemnes o en las francachelas picarescas estudiantiles.

     Aclaremos un poco la cuestión. En primer lugar, esos versos en latín no provienen  de la antigüedad clásica de Horacio y Virgilio, sino del latín medieval de los goliardos o estudiantes desenfadados que aprovechaban las festividades para burlarse de la gente, decir groserías  e incitar a las borracheras y, en particular, a la promiscuidad sexual. Como no soy predicador del diablo, limitaré mi información a una sola estrofa:

 

                                            

                     Vivant omnes virgenes, faciles, formosae,

                      vivant et mulieres,

                      tenerae, amabiles,

                      bonae, laboriosae.

 

     Para quienes pertenecen al orbe lingüístico de la romanidad, no hace falta mucha traducción porque puede inferirse fácilmente: vivan todas las mujeres, las fáciles y hermosas, y vivan también  las tiernas, las amables, las buenas y las trabajadoras.                       

     Presumo que en cada universidad los estudiantes agregarían sus propias preferencias locales, puesto que en las varias versiones disponibles, se vivaban también otras alegrías más decorosas, la universidad, los profesores, los estudiantes, los antiguos compañeros, la sociedad, la república, al tiempo que se pedía la muerte para los que odian, para el diablo y su hueste de demonios, para la tristeza.

     La conclusión es muy sencilla, precaución en las tentaciones y sensatez en las decisiones: beber sin emborracharse; comer sin hartarse; buscar la compañera digna de uno, y si no se encuentra, quedarse soltero, que al fin de cuentas no es tan malo; la mujer, tener su hijo, y si no puede, adoptar un huérfano, un abandonado, un necesitado;  tomar del día de hoy la felicidad que nos ofrezca, porque de mañana no tenemos ninguna seguridad. Gozarla sin preocuparse y sin sentimiento de culpa.

     Ésta opción entre hoy y mañana, proviene de larga data, y probablemente siempre será así. En abono de mi tesis, me apoyo en el poeta Gonzalo de Berceo, del siglo XII-XIII: que esta prosa en el lenguaje que el pueblo habla con su vecino,

 

     bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.                                         

NADA QUE DEMOSTRAR

NADA QUE DEMOSTRAR

     Demostrar es mostrar pruebas de lo que se afirma. Por consiguiente, si yo no afirmo nada no estoy obligado a demostrar nada. Además, la demostración implica una tercera persona a la cual demostrarle esa afirmación, es decir, un individuo, un grupo de

individuos, un tribunal judicial o una comisión cualquiera a los que se quisiera o debiera probarles algo. Mis propias creencias no debo probármelas a mí mismo, porque son precisamente, pensamientos o sentimientos que tengo en mi intimidad y con ello me basta. Si experimento algún dolor orgánico no tengo necesidad alguna de un razonamiento que me pruebe ese dolor, me duele y con eso basta.

     Toda demostración es una fundamentación racional, vale decir, un conjunto de razonamientos en los que se apoya algo que uno experimenta en su interior. Si tengo fe en un dios, no estoy obligado a demostrarle a nadie la razón de esa fe. Las dificultades comienzan cuando trato de demostrar la razón de esa fe. Desde la noche en que vi la  maravilla de un cielo estrellado, tengo fe en Dios. Pero si una tercera persona me argumenta que un cielo estrellado no es una razón valedera para creer en un dios, no tengo forma de demostrarle que sí.

     Pero me pregunto: sin con esa fe me siento feliz, ¿por qué tengo que probársela a nadie? A menos que mi función en la sociedad sea la predicación, puedo vivir la placidez y tranquilidad de esa fe en mi intimidad.   

CASARSE CON UN MELLIZO

CASARSE CON UN MELLIZO

 

     Si una mujer se casa con un varón, no importa que su marido tenga  un hermano mellizo, porque de todas maneras ella contrae matrimonio con uno de ellos y no con los dos. Ésa es la situación legal, pero únicamente la legal, dado que en la vida real la cosa no es tan sencilla.

     Cuando una mujer se casa con un mellizo en la vida real corre los riesgos de su marido y el de su hermano mellizo también. Veamos un caso. Inocencia Ludovico había contraído nupcias con Humberto Primo.  El hermano mellizo de Humberto se llamaba

Humberto Secundo porque había venido al mundo minutos después del primero. Llevaba una vida independiente que Inocencia desconocía. La única complicación que se le presentaba algunas veces consistía en que algún inesperado interlocutor le decía “¡Qué parecido es su marido a un conocido mío!”, y ella resolvía la situación con la sencilla respuesta “Ah, sí, ése podría ser el hermano mellizo de mi esposo.”

     Por ignoradas razones la elemental Ludovica tenía la costumbre de equivocarse cada vez que tomaba una decisión. Cuando deseaba ir de compras al centro de la ciudad subía al ómnibus que iba a las afueras, y no usaba el teléfono celular porque siempre mercaba un número equivocado. En otras palabras, era una confundida inveterada.

    En una ocasión en que Humberto Secundo se hallaba  en la franja de Gaza para   conocer los túneles subterráneos fronterizos con Israel –según explicó más adelante-,  Humberto Primo se dispuso a festejar su cumpleaños como lo manda el código de efemérides mundial. La cena no fue muy frugal que digamos, porque una pizza grande de anchoas para ella y otra de tomate y queso para él, más una botella de tinto para cada uno, marcan el límite tolerado por ciencia de la nutrición.

     Como es de suponer, comieron con el televisor encendido con su secuela de cajas de cartón, papeles enmantecados y restos de las masas por el suelo. Antes del anochecer, Ludovica dio por terminado el ágape y se dispuso a ir a saludar a una amiga enferma a unos metros de distancia. Humberto Primo se vio en la obligación moral de acompañar a su esposa y salieron juntos. No habrían caminado más unos metros cuando se acercó con sigilo un individuo desconocido y disparó su pistola contra Ludovica al tiempo que le decía “No lo mato a tu marido para que sufra más viéndote en una silla de ruedas.”

     El plomo fue obediente al mandato recibido, se internó por el bajo vientre de Ludovica y la pobre mujer quedó inválida por el resto de sus días conforme a la pericia policial.  ¿Por qué me habrá disparado este criminal? –se intrigaba Ludovica-. Mi marido es un hombre ejemplar, es incapaz de matar una mosca y nuca ha tenido enemigos. No es campeón de nada, no milita en ningún partido político, no ha robado a nadie y trata siempre de pasar inadvertido para no suscitar odios ni envidia.

     Como suele suceder, parientes, vecinos y amigos, condolidos por tamaña desgracia, se ofrecieron para darle una explicación:

     - No te aflijas, Ludovica, conozco un caso igual al tuyo en el que después de un período de recuperación la enferma volvió a caminar.

     - La medicina está ahora muy adelantada y no hay que perder las esperanzas.

Nunca se sabe. Los cirujanos hacen prodigios. Yo he visto en televisión atletas que corren maratones con  piernas ortopédicas.

     - A mí me han dicho que con cataplasmas de lino caliente los enfermos se recuperan. ¿Por qué no haces la prueba?

     Ludovica escuchaba en silencio las buenas intenciones de todos, pero no se olvidaba de que los demás caminaban y únicamente ella estaba impedida. En su mente se había instalado la más universal de la reacciones: ¿por qué a mí y a los otros no?

      En la franja de Gaza, Humberto Secundo recibió la noticia de la invalidez de su cuñada con un mutismo absoluto. No tenía dudas de que el agresor lo había confundido con su hermano mellizo. Era a él a quien quería dañar el atacante. Eso de andar entre terroristas y narcotraficantes no podía terminar en nada bueno, y como algo de filosofía había estudiado, sacó sus propias conclusiones: cuando el Creador hizo al hombre, puso en cada individuo una parte de bien y otra de mal, pero cuando hizo los primeros mellizos, puso en uno todo el bien y en el otro todo el mal, para que compartieran entre los dos el destino. A él le había tocado la buena fortuna y a su hermano la mala.                

     Convencido de este razonamiento, huyó de la franja de Gaza donde una melliza árabe le coqueteaba para atraparlo en matrimonio, y se hizo monje budista en Katmandú, donde los religiosos son célibes.

MI PRIMO EL MONO TANGABUTO

MI PRIMO EL MONO TANGABUTO

     A fuerza de internarme tanto en los estudios de los paleontólogos, un día me dejé atrapar por la idea de que los humanos descendemos de los monos, según dicen los partidarios de Darwin, y me propuse encontrar a Tangabuto, que venía a ser un primo mío. Su nombre me había sido revelado en un sueño que tuve de una visita al zoológico de la ciudad.

     Encontré muy razonable su nombre que me sonaba a África, donde los científicos dicen haber encontrado varios fósiles humanos semejantes a los de los monos. Acepto que una cosa es ser partidario de las teorías del viejo Darwin, y otra muy distinta encontrar un mono pariente mío en una selva africana.

     Mientras esperaba con paciencia otro sueño revelador que me dijera cómo reconocerlo si me topaba con él, decidí embarcarme con destino al puerto de Djibouti, Somalía, para internarme desde allí en la selva, donde se dice que conviven hombres blancos y negros con monos chimpancés y orangutanes. Al tocar tierra, estuve a punto de arrepentirme de mi aventura, confundido ante el espectáculo de tiendas musulmanas, templos católicos edificados en las montañas, señores llevados en andas y bajo palio por esclavos, faquires sentados con las piernas cruzadas en lechos de clavos, encantadores de serpientes, soldados con metralletas y ristras de proyectiles cruzados de derecha a izquierda y de izquierda a derecha.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    

     Pero ya que había gastado mi dinero en hacer la travesía, comprendí que lo más sensato era seguir adelante. Lo primero era, entonces, encontrar a una persona que conociera varias lenguas, y lo conseguí. Era un rabino sefardita, oriundo de Granada, de nombre Yehuda, a quien localicé en una sinagoga. Dos horas y media estuvimos conversando en español y de su boca aprendí que el vocablo Tangabuto correspondía sin duda a una lengua aborigen africana, y por lo tanto, mi averiguación estaba bien orientada. Los monos son negros -pensé- y mi pariente mono también, de modo que algo he avanzado. Iría primero por la ciudad y después por la selva y a cada mono que encontrara le gritaría "¡Tangabuto!"El que se detuviera y me mirara a la cara podría ser primo mío. Después vería cómo comunicarme con él.

     En los dos primeros días la averiguación no me dio resultado alguno. Los monos ni siquiera me miraban. Los orangutanes se rascaban la cabeza y el ombligo mientras que los chimpancés hurgaban los piojos en los pelos de sus hijos y se los comían. No diré que tuve éxito en mi faena, pero al menos gocé con el contacto directo con los simios y aprendí que no comen carne como nosotros sino frutas y vegetales. Descubrí además que los principales enemigos en la selva no son los cocodrilos ni la serpientes, sino los mosquitos.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              

     Tuve también algunas peripecias inesperadas. Cuando me acerqué a una mona orangután sentada con su monito en brazos, me miró con ojos sospechosos y me cubrió la cara con un escupitajo para indicarme que me retirara de su presencia. Educado como soy, obedecí su sugerencia y seguí mi camino. Otra menos social me dio un manotazo en el rostro y me lo dejó amoratado. Y un macho apoltronado que se entretenía masticando una manzana, me respondió con un gruñido y se me acercó enfurecido. Evidentemente, los orangutanes no se llamaban Tangabuto, no me entendían o no querían ser parientes ni amigos míos.

     Un transeúnte se me acercó amistoso, y enterado de mi problema, me recomendó internarme en dirección contraria hasta encontrar una senda que me conduciría directamente a una colonia de chimpancés atendida por tres científicos de la National Geoghraphic Society especializados en esa raza de monos. Fui recibido con afables gestos y en una lengua medio inglesa, medio española: "¿How are you, amigo? Come in, adentro, adentro. Relax, relax". Me ofrecieron alojamiento y comida gratuitos y fuimos a dormir hasta el día siguiente en que comenzaría mi trabajo. Encendieron fogatas alrededor de la vivienda común, único idioma que entienden los leones noctámbulos.

     A la mañana siguiente me encontré con ciento catorce chimpancés a mi disposición para la prueba, unos sueltos o tomando sol en un parque, varios entablillados o vendados, otros en brazos de enfermeras, unos pocos encerrados en jaulas, y varios chupando mamaderas. Me hicieron recordar a un campo de concentración de la Segunda Guerra Mundial, pero me abstuve de expresar opinión alguna. Mi objetivo eran los monos y no los humanos. A la semana cada uno de los simios había escuchado mi contraseña  "Tangabuto" por lo menos diez veces y nada había sucedido, salvo alguna que otra rascadura de cabeza o una especie de gruñido.

     Nada tenía que hacer en aquel lugar, pero deseaba quedarme a gozar de los beneficios de tan generosa hospitalidad, el genuino whiski Chivas Regal añejado, las comidas enlatadas de Knorr suiza, los chocolates de Bradbury y otras delicadezas. Con tales propósitos dije a mis anfitriones que me dieran unos días más de hospedaje mientras concluía mi comunicación científica a un instituto británico de darwinismo.    

     Omito aquí el texto completo de mi informe (365 páginas son insoportables de leer) y me limito a los párrafos conclusivos.

     1. Los humanos no somos primos de los simios, o cuando menos de los orangutanes  y chimpancés, según mis comprobaciones personales en las selvas en torno a Dibouti.

    2. Entre los cientos de casos estudiados no he encontrado ni uno solo que respondiera con palabras, ademanes, gestos o sonidos articulados a mi pregunta estímulo de "Tangabuto", expresada en los más variados tonos de comunicación.

     3. De las susodichas experiencias, las únicas explicaciones posibles son: a) no entienden a los humanos; b) los entienden y se hacen los desentendidos; b) los entienden y no están en condiciones de responderles con un lenguaje articulado; c) los entienden pero no quieren ser primos nuestros.

     4. Frente a estas hipótesis, opino que esa Nacional Geographic Society  debería dirigirse oficialmente a las sociedades darwinistas del mundo comunicándoles estas investigaciones.

     Para no meterme en camisa de once varas y pasar el resto de mi vida en paz,  evité escrupulosamente mencionar mi duda más radical: Si fuera cierto como pretenden los darwinianos que ambos grupos, hombres y monos, pertenecemos a un mismo tronco común, ¿por qué razón los monos se resisten a aceptar el parentesco con nosotros?

     Piénselo, lector amigo.

LA MATEMÁTICA NO SE HEREDA

LA MATEMÁTICA NO SE HEREDA

 

     Los cuerpos vivos, vegetales, animales y hombres, se parecen a los organismos de sus padres  en los caracteres generales de la especie, y a veces también en algunos individuales. El descendiente de un mono chimpancé será inevitablemente también un mono chimpancé (carácter general), y en algunos casos quizás también preferirá como su padre los cocos y no los plátanos (carácter individual). Un perro caniche será seguramente otro caniche, pero puede o no gustarle el agua azucarada como le gustaba a su padre. No se conoce en la historia un caniche que haya engendrado un bulldog, ni un hombre que haya engendrado un chimpancé.

     Con esto ya hay suficiente razón para vivir tranquilo y no esperar aterrado en el hospital ante la posibilidad de que su mujer embarazada engendre un monito. Un hijo podrá nacer con alguna carencia o deformidad, pero será una deformidad humana y no una malformación simiesca. Ningún ginecólogo ha visto jamás un caso así. Digo más todavía: los monos mismos tendrían que quedarse tranquilos, puesto que ninguno de ellos engendrará un ser humano.

     Pánfilo, un amante de todo, razonaba con otro contertulio curioso también de toda curiosidad, acerca de este asunto de la herencia. Ninguno de los dos pensadores conocía el hecho de que los caracteres adquiridos por herencia son los físicos y los psíquicos, y de ninguna manera los conocimientos adquiridos por los progenitores. “Mi papá era un avezado matemático y mi madre una distinguida profesora de inglés, en cambio yo no sé una pizca de ninguna de las dos materias” –razonaba Pánfilo. Su camarada de ignorancia lo confirmaba en la duda: “A mí me sucede lo mismo -decía-, mi padre y mi madre eran excelentes nadadores y yo si me meto al agua me ahogo en dos minutos.”

     Decidieron consultar con un psicólogo la explicación de esta injusticia hereditaria, y se encontraron con la respuesta de que lo que se hereda son las cualidades reales de los progenitores o antepasados, nunca los pensamientos y los conocimientos que son objetos ideales, vale decir, que están en la mente de quien los piensa y no son una parte  de ella. Son como los alimentos, no se heredan porque están dentro del estómago y no forman parte del órgano estomacal. La herencia tiene sus límites de los cuales no puede  pasar.

     - Si su padre ha comido una naranja, usted no hereda el alimento ingerido –les explicó sucintamente el psicólogo.

    - Ah…

    Los dos amigos salieron disconformes del consultorio y se encontraron casualmente en la calle con un tercer amigo que compraba flores en una esquina y le comentaron el suceso. Sonrió con benevolente amabilidad el inesperado interlocutor y los sacó de la duda:

     - Está bien que sea así. El destino no puede darnos todo. Mi maestro de quinto grado elemental, que no era psicólogo, psiquiatra ni filósofo, me dijo una vez en clase: “El que quiere pescar tiene que mojarse los pantalones.”

   Eso es todo, así de sencillo. Mi conclusión es que siempre habrá más pantalones secos que mojados.